La calle de Cadenas
Graciano Jiménez Moreno
El conciso nombre que figura en las placas que identifican esta calle, Cadenas, no ofrece, en un primer momento, información suficiente que permita intuir el origen de tal denominación. Hemos de anticipar ya, para evitar conjeturas innecesarias, que corresponde al apellido de una importante y noble familia cuyo primer miembro se instaló en Munera en el último cuarto del siglo XVIII y tuvo su domicilio en esta calle.
La calle de Cadenas es una céntrica vía
situada a unos 150 metros al este de la plaza Mayor. A lo largo de los 180
metros de su trazado, recorriéndola de sur a norte desde su inicio en la calle
Fray Francisco hasta su final en Tilanes, la calle Cadenas se cruza perpendicularmente
con la calle Mayor y un poco más adelante con la de Santa Ana.
Como es sabido, antiguamente las
calles solían identificarse por el nombre de alguna persona relevante que vivía
en ella o por alguna circunstancia o hecho significativo relacionado con esa calle. Hacia la mitad del
siglo XVIII, el tramo de la actual calle Cadenas que queda al norte de la calle
Mayor era conocido habitualmente como la calle del Beneficiado, haciendo
referencia al presbítero beneficiado de la iglesia parroquial don Francisco
Antonio Ramírez de Arellano. El otro tramo, la parte sur, se conocía como calle
del Juego de Bolos, atendiendo al juego que los munereños de entonces solían
practicar en esa parte de la calle. A este respecto resulta curioso conocer el
tratamiento que sobre los juegos, y el de bolos en particular, tenían las
autoridades municipales de la época y que se plasmaba anualmente en el correspondiente
Auto de Buen Gobierno: «…ni se volee en
días de trabajo ni de los de fiesta asta haver salido de misa mayor pena de
quatro reales y dos dias de carcel…»; «… ni tampoco, todos los mozos sirvientes, asi labradores, como pastores,
se atreban a estar en la bolea, ni otros dibertimentos, desde el toque de
visperas en adelante, en el dia de fiesta antecedente a el de trabajo, pena de
quatro reales y dos dias de carcel, por la primera vez, y por la segunda la
pena doblada».
Para conocer en detalle las
circunstancias de la llegada del apellido Cadenas a Munera hemos de remontarnos
al año 1786. El 7 de noviembre de ese año, don Manuel Cadenas y Ferrajón,
natural de la localidad leonesa de Toral de los Guzmanes y ya residente en
Munera, declaró ante el escribano de esta villa su intención de permanecer y establecerse
como vecino de ella. Don Manuel Antonio (ese era su nombre completo) había
llegado a Munera para acompañar y vivir con su tía doña Francisca Ferrajón, nacida
en Munera, aunque también de origen leonés [1], y viuda de don Andrés
Francisco Aguado y Montoya, caballero hidalgo que había sido regidor alférez
mayor perpetuo de Munera. En el acto ante el escribano, don Manuel Antonio manifestó
encontrarse «con ocupaciones del cuidado
de la hacienda y caudales de su tia y otros» que le impedían trasladarse a
la villa de Toral, por cuyo motivo otorgaba un poder para realizar cuantas
gestiones fueran precisas con el objeto de verificar su condición de hidalgo
notorio de sangre, así como la de su padre, su abuelo y demás ascendientes. Sus
padres, Antonio Cadenas Fuertes y Manuela Ferrajón, también eran naturales de
Toral de los Guzmanes.
Unos meses después, el 22 de julio de
1787, doña Francisca firmó ante el escribano la escritura de donación de
diversos bienes a su sobrino: un oficio de regidor perpetuo que había
pertenecido a don Gerónimo Abarca y Brizuela, una huerta y un majuelo.
Doña Francisca Ferrajón falleció en
Munera el 12 de febrero de 1789. Había otorgado testamento cerrado el 5 de
noviembre de 1786, precisamente 2 días antes de que don Manuel Antonio Cadenas
concediera el poder antes mencionado con el propósito de verificar su nobleza,
hecho que le permitiría gozar en Munera de las regalías y demás privilegios en
su condición de hidalgo. Tras la muerte de doña Francisca y la apertura del
testamento, se conoció la fundación por parte de la difunta de un patronato en
la persona, como primer sucesor, de su sobrino Manuel Antonio Cadenas Ferrajón.
Entre los bienes raíces con que doña
Francisca dotó dicho patronato figuraba la mitad de una casa que pasó, por lo
tanto, a ser propiedad del sobrino. Esta casa había pertenecido anteriormente
al presbítero Francisco Antonio Ramírez de Arellano y se había comprado a don
Vicente Cano Manuel, regidor de Chinchilla y marido de una sobrina del
presbítero. De inmediato, don Manuel Antonio Cadenas llegó a un acuerdo con don
Juan Antonio Aguado y Montoya, hidalgo y alférez mayor perpetuo de la villa y familiar
del difunto esposo de doña Francisca, para comprarle la otra mitad de la casa
que fuera del presbítero. La escritura se formalizó el 28 de marzo de 1789.
En definitiva, según consta en los
diferentes documentos, la casa de don Antonio Manuel en Munera constaba de dos
viviendas, con sus puertas a la calle y comunicadas por dentro, estaba situada
en la mencionada calle del Beneficiado, lindaba por saliente con dicha calle y
por el norte con la calle de don Bentura (actualmente Tilanes), es decir,
estaba ubicada en el lado de los números pares de la actual calle Cadenas lindando
con la calle Tilanes.
Un año después, el 19 de abril de
1790, don Manuel Antonio contrajo matrimonio en Munera con Catalina Sánchez
Blázquez, natural de esta localidad. Durante varios años desempeñó el cargo de
alcalde ordinario de Munera por el estado noble (en esa época había además otro
alcalde perteneciente al estado general, también conocido como llano o
pechero). Don Manuel Antonio falleció en Munera el 17 de marzo de 1816; su hijo
Manuel Ángel Cadenas Sánchez, nacido el 5 de marzo de 1796 sería el continuador
del linaje Cadenas en tierras albaceteñas. Manuel Ángel se casó en Munera el 4
de octubre de 1819 con Zoa Morcilo Pradel, natural de Liétor (Albacete) y
sobrina del cura propio de Munera don Francisco Pradel y Alarcón. Don Manuel
Antonio fue también, al igual que su padre, alcalde de la villa.
Don Pascual Cadenas González, nacido
en El Bonillo en 1875 y biznieto de don Manuel Antonio, sería el responsable de
llevar la energía eléctrica a Munera en el año 1902 desde la pequeña central
que montó en su cercana finca de San Bartolomé (o El Santo). El primer
transformador utilizado para distribuir la energía eléctrica al pueblo estuvo
situado en el edificio que hay frente a la iglesia parroquial, en la plaza de
don Bartolomé. Precisamente, en la fachada de este edificio estuvo colocado un
escudo nobiliario de los Cadenas, el cual hace décadas se trasladó a la casa El
Santo, donde se conserva parte de las instalaciones de la central.
En documentos de la primera mitad del
siglo XIX ya se utilizaba la denominación «calle de Cadenas» para referirse a
esta vía. Este nombre se mantendría cuando en el año 1861 se asignaron
oficialmente los nombres y los números de las casas en cumplimiento de una Real
Orden. Tal circunstancia puede comprobarse en un plano de la población realizado
en febrero de 1885 en el transcurso de unos trabajos topográficos llevados a
cabo por el Instituto Geográfico y Estadístico.
Llega el momento de dar un salto en el
tiempo para recordar parte de la historia más reciente de la calle de Cadenas.
En este punto parece obligado recurrir a una persona que durante décadas ha
sido testigo privilegiado de los cambios y evolución de esta céntrica calle.
Ángel López Blázquez nació en esta calle hace ya más de seis décadas, en la
casa que forma la esquina sudoeste en su intersección con la calle Mayor. En la
planta baja de este edificio había montado su padre, Antonio López Rueda, a
finales de los años cincuenta el emblemático bar López (con la entrada por la
calle Mayor pero con acceso a las instalaciones también por la calle de Cadenas).
En la planta superior del edificio vivió la familia López hasta que dos décadas
después trasladó su domicilio a un nuevo lugar, también en la calle de Cadenas,
entre las calles de Santa Ana y Tilanes (entonces calle de los Hermanos Paños).
Ángel había crecido y trabajado en el bar familiar y pasaría a regentarlo tras
la jubilación de su padre. Hace poco tiempo Ángel López decidió cerrar el
negocio de la hostelería, pero no por ello abandonó su relación con la calle de
Cadenas. Precisamente, ya hacía algunos años que tenía fijado su domicilio en
esa calle. Allí formó su familia con su esposa Rosa Nieves y sus hijos Rosa
Nieves y Ángel y allí continúa viviendo, en el edificio situado enfrente del
bar, al otro lado de la calle Mayor, en la esquina noroeste de la ya mencionada
intersección, con entrada por la calle de Cadenas. Estas circunstancias, y
alguna más que se comentará más adelante, nos llevan a considerar a Ángel como
el acompañante perfecto para realizar nuestro «paseo» por la calle Cadenas,
aunque será imposible abarcar todos los recuerdos relacionados con la calle que
guarda en su memoria.
En esta ocasión no vamos a realizar el
recorrido de la calle desde su principio hasta el final, como veníamos
haciéndolo habitualmente, sino que lo iniciaremos en las emblemáticas cuatro
esquinas que forman las calles de Cadenas y Mayor. Después de citarnos en su
casa y cumplir con mi obligada visita familiar (Rosa Nieves, la mujer de Ángel
es mi hermana) bajamos hasta la calle y nos quedamos allí charlando. Hace buen
tiempo, no tenemos prisa y Ángel me va comentando algunos recuerdos y anécdotas
del lugar. Con frecuencia, nuestra charla se ve agradablemente interrumpida por
el obligado saludo de amigos y conocidos. De la carnicería situada en el
chaflán de otra de las esquinas sale Miguel Hernández García, su propietario, y
mientras espera la llegada de algún cliente se une a nosotros y comparte
nuestra charla. No en vano la ubicación de su negocio le convierte en un buen
testigo y conocedor de la actividad del lugar. Miguel nos comenta que la carnicería
la abrió su padre, Evelio Hernández Víllora, en el año 1946 y que más tarde se
hicieron cargo de ella el propio Miguel y su hermano Emilio, hasta quedar
definitivamente al cargo de nuestro acompañante.
![]() |
Azulejo conmemorativo de la fundación de la carnicería por Evelio Hernández Víllora en 1946, situado en el interior del establecimiento/ Foto: G. Jiménez |
Ángel me recuerda que en los primeros años de
existencia del bar López había en su fachada norte, es decir, en la calle de
Cadenas, un pequeño cuarto destinado a tienda, que terminaría siendo integrado
como espacio del propio bar. Mis recuerdos más lejanos al respecto se remontan
a la época de mi niñez, cuando era regentado por Juan José Márquez Blázquez. Entre
la variedad de artículos que vendía entonces podían encontrarse zapatos y
zapatillas, conservas, bacalao, sardinas saladas en la típica cuba de madera y
otros comestibles. En mi condición de niño recuerdo especialmente los zompos,
por supuesto de madera, y las gomas para tirachinas cortadas de cámaras de
neumáticos.
No puedo resistirme a contar una
divertida anécdota relacionada con este establecimiento, en el que también se
vendía vino al detall. Entre los clientes de la tienda se encontraba uno que la
visitaba a diario para tomarse allí un vaso de vino, pues le resultaba más
económico que pedirlo en un bar. Cierto día Aladino, hijo de Juan José, sirvió a
tan fiel cliente, aunque de paladar poco exigente, un vaso de vinagre en lugar
de vino. Una vez apurado el fuerte líquido, el consumidor le hizo entre
ostensibles guiños una amistosa y sincera recomendación al joven tendero:
«Aladino, procura vender pronto este vino porque ya se está repuntando».
Después de Juan José pasó a ocupar
este mismo local, o cuarto, Maximino Couque Martínez, quien instaló allí un
pequeño comercio de ultramarinos y frutas.
En octubre de 2022 se trasladó al lugar
que durante tantos años venía ocupando el bar López otro establecimiento, El
Picoteo, regentado por Pilar Arenas y dedicado a la venta de golosinas, frutos
secos, bebidas y otros artículos comestibles.
Desde las cuatro esquinas avanzamos
por la calle Cadenas hacia el sur, hasta el comienzo de la calle en su
confluencia con la de Fray Francisco. Pasada la fachada lateral de El Picoteo, el
lado de los números impares de ese corto tramo está prácticamente destinado a
viviendas. Enfrente, en el de los números pares, la calle forma en su comienzo
un entrante conocido como el «patio de Prisco» en el que, en tiempos pasados,
este herrador ejercía con maestría su oficio en el cuidado de las caballerías. No
podemos olvidar la existencia, también en el patio, del almacén de la empresa
local Iluminaciones Játiva; allí preparaban y almacenaban los arcos decorativos
que habían de iluminar las ferias de tantas localidades de la geografía
nacional.
Junto al patio de Prisco se encuentra
un histórico establecimiento que ha cerrado sus puertas muy recientemente, La
Gaviota. Este céntrico y amplio local fue inaugurado en septiembre del año 1971,
al comienzo de la feria de ese año, como salón de baile, discoteca y sala para
la celebración de eventos. El nuevo proyecto, obra de varios socios de la
localidad (José María Víllora, Alfredo Fernández, Fructuoso Atencia y Santiago
Paños), supuso un cambio importante en la vida social de los munereños al
ofrecer una nueva alternativa de ocio, y especialmente a la gente joven. Con el
paso del tiempo el establecimiento tuvo que ir adaptándose a nuevas costumbres
y tendencias, así como a la competencia de nuevos locales para el divertimento
de los jóvenes. Se transformó en pub-café-bar y hasta adaptó el nombre a los
nuevos tiempos, Gaviota´s, al frente del cual ha estado durante muchos años, hasta
el cierre en noviembre de 2023, Fructuoso Atencia Blázquez, hijo de uno de los
fundadores.
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Anuncio de la sala de fiestas La Gaviota publicado en el programa de feria del año 1980 |
De la primera época de existencia de
La Gaviota se recuerda una simpática anécdota. En cierta ocasión, la empresa de
esta sala había contratado a la popular cantante hispano-británica Jeanette.
Cuando la cantante llegó a La Gaviota, uno de los socios de la empresa, el
«maestro Josema», que no debía conocer físicamente a la artista, pensó que por
su aspecto adolescente podía tratarse de alguna hija y sorprendido le preguntó:
¿Pero cuándo viene tu madre? El comentario no resultó muy del agrado de
Jeanette, a quien sorprendió no ser reconocida por la empresa que la había
contratado.
En este tramo de calle se celebraron
durante varios años, antes de que se inaugurara La Gaviota, los actos de
proclamación de la reina y las damas de las fiestas de Munera. En 1968
comenzaron a celebrarse estos actos dentro del programa de las recién creadas fiestas
de Primavera (así llamadas entonces), siendo la joven Purificación Arenas Ruiz la
reina de las fiestas en esa primera edición.
![]() |
Proclamación de la reina y las damas de honor en las fiestas de primavera. Mayo de 1970, calle de Cadenas. / Foto cedida por Rosa Nieves Jiménez |
Desandamos el corto trecho ya recorrido
para regresar a las cuatro esquinas y sobrepasar ligeramente la calle Mayor. Frente
a la puerta de la vivienda de Ángel, justo al lado de la carnicería hay un
pequeño local, El Cuarto, que Gema Aguilar abrió en 2011. Inicialmente el
establecimiento estaba dedicado a la venta de artículos de artesanía, regalos,
bisutería y complementos. Muy recientemente, desde la última feria de Munera,
Gema ofrece, además, en su remozado establecimiento variados productos gourmet
y artículos exclusivos, además de mantener el servicio de fotocopiadora.
En el mismo lugar que ocupa
actualmente El Cuarto había hace décadas un despacho de pescado en el que el ya
mencionado Juan José Márquez o su hijo Aladino vendían a la clientela sardinas
frescas algunos días de la semana. Después, a principios de los años sesenta
hubo instalado allí un «scalextric» que ofreció durante no demasiado tiempo esta
novedosa alternativa de entretenimiento.
Avanzamos unos metros por la misma
acera, y nos detenemos en la inmediata esquina con la calle de Santa Ana, donde
actualmente se encuentran las oficinas de la entidad bancaria Eurocaja Rural
(anteriormente estuvieron las de Gestagua). En el lugar que ocupa el edificio
de la esquina diagonalmente opuesta, es decir, de la esquina noroeste, se
encontraba la antigua ermita de Santa Ana, que dio nombre a esa calle desde sus
orígenes. Actualmente, en ese edificio aún se conserva algún vestigio de su
pasado como ermita y, sobre todo, de su uso como fonda (con entrada por la
calle de Santa Ana) en los años veinte del siglo pasado. Precisamente, en el
edificio de enfrente estaba en esa época Correos. Desde nuestra ubicación en
estas cuatro esquinas, Ángel y yo observamos el último tramo de la calle de
Cadenas que nos queda por recorrer, hasta su encuentro con la calle Tilanes. Continuamos
nuestro paseo avanzando, deteniéndonos o retrocediendo varias veces, mientras comentamos
cuantos recuerdos van surgiendo de manera desordenada en nuestra memoria. En la
acera de los números pares residieron, entre otros, el médico don José Martínez
Martínez, el veterinario don Abelardo Blázquez Atencia, Julián González (una
parte de su casa aloja actualmente las instalaciones del Centro Ocupacional),
hasta llegar al último edificio de ese lado, en el que Emiliano Gómez Paños
tuvo un comercio de tejidos, paquetería y coloniales.
Volvemos sobre nuestros pasos por la
otra acera, pasando por el lugar donde vivió la familia Cadenas, hasta llegar a
la altura de la cafetería Yucay. Este establecimiento emblemático, cerrado
también recientemente, fue fundado por Antonio López Rueda en 1978. Ángel me
recuerda que sus padres trasladaron entonces el domicilio familiar a este punto
de la calle Cadenas. Años más tarde sería Antonio López Blázquez, hijo del
fundador, el encargado de regentar el establecimiento hasta su reciente cierre.
Justo al lado vivieron el médico don Ricardo Gregori Peris (también pasaba allí
consulta) y el entonces cura párroco don José Lozano Ballesteros.
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Anuncio de la cafetería Yucay y el bar López publicado en el programa de feria del año 1980 |
Hemos de dar por terminado el paseo conscientes
de que la historia de la calle y de sus vecinos daría para muchos comentarios
más. Con nostalgia por el recuerdo del bar López, y la imposibilidad de ir allí
para reponernos de esta corta caminata, pero extensa en el tiempo, dirigimos
nuestros pasos hacia la Plaza. Seguro que allí encontraremos algún sitio donde cumplir
nuestro propósito mientras continuamos la charla.
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[1] Los padres de doña Francisca Ferrajón eran Isidro Ferrajón Ramos, natural de Algadefe (León), y Petronila María del Cerro Arenas, natural de Munera, que habían contraído matrimonio en esta localidad el 23 de marzo de 1722. Por esa época era cura propio de la iglesia parroquial de Munera otro miembro de la familia Ferrajón, el licenciado don Miguel Ferrajón y Benavides.
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Fuentes documentales:
- Archivo Histórico Provincial de Albacete.
- Archivo Histórico Diocesano de Albacete.
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