La calle Tilanes

Graciano Jiménez Moreno



            La calle Tilanes es actualmente la vía más larga del casco urbano de Munera. Comienza su recorrido en el lado de los números pares de la calle del Pozo, a la que es perpendicular, y tras unos mil doscientos metros termina irremediablemente al encontrase con la variante de carretera que circunvala la población por el norte. El trayecto es prácticamente lineal, de oeste a este, aunque con una muy ligera pero persistente tendencia a buscar el norte salvo en sus primeros metros. Después de varias intersecciones por ambos lados, y tras haber recorrido unos trescientos cincuenta metros, sale por su derecha la actual calle Albacete que históricamente ha sido, y sigue siendo, su continuación para el tránsito rodado. En este punto, sin embargo, la calle Tilanes continúa recta hacia su encuentro con la antes mencionada vía de circunvalación del pueblo. Hay que señalar que las edificaciones no llegan hasta el final de la calle. En el tramo más cercano a la carretera, ya en la orilla del pueblo, alguna construcción o corral aparece aislado, entre solares que encuentran su ubicación en lo que antes fueron ejidos o tierras llecas; más aún, los últimos ciento veinte metros son, en realidad, un estrecho camino sin asfaltar, con carencia absoluta de construcciones a ambos lados.

            Durante el siglo pasado esta calle experimentó un considerable crecimiento en su extensión. Téngase en cuenta, por ejemplo, que en el año 1885 no llegaba su longitud a la tercera parte de la actual, terminando entonces poco antes de alcanzar la actual calle Albacete, por la que discurría uno de los caminos de acceso a la población.


Trazado de la calle Tilanes (antes Don Ventura) según el plano elaborado en 1885 por el Instituto Geográfico y Estadístico


            A lo largo de la historia de Munera se han venido utilizando distintas denominaciones para identificar la calle que hoy recorremos. En los documentos elaborados en 1752 para la realización del llamado Catastro de Ensenada figura como calle del Comisario. Esta denominación respondía a la circunstancia de que en dicha calle vivió hasta su fallecimiento don Juan Martínez de la Iglesia Abad, presbítero y comisario del Santo Oficio de la Inquisición. La casa debió de estar situada en el lugar que ocupa actualmente la vieja construcción señalada con el número 13 y que linda por su lado este con la calle Hortelano, con la que hace esquina. Don Juan Martínez de la Iglesia, natural de El Bonillo, murió en Munera el 19 de diciembre de 1745, siendo enterrado en la iglesia parroquial de la villa [1]. El presbítero había otorgado testamento dos días antes de su fallecimiento ante el escribano y varios testigos. En el documento constaban diversas mandas e instrucciones para después de su muerte; entre ellas citaremos las referidas al matrimonio que tenía a su servicio en su casa:

 

Ítem declaro que María Concepción López, mujer de Alonso López Víllora, de que vino a servirme trajo diferentes trastos a mi casa, que constan de una minuta en un papel simple, que queda rubricado por el presente escribano de fechos, quiero los saque, como asimismo el tocino, manteca y demás menudancias del matadero que he tenido este año, por cuanto la susodicha trajo un matadero de diez arrobas, que yo he consumido, y porque así es mi voluntad.

Ítem es mi voluntad, que en atención a que dicha María Concepción me ha servido, y está sirviendo con dicho su marido de dejarle, como le dejo por vía de manda una cama poblada con un colchón, dos sábanas, una colcha, dos almohadas, una delante cama, un arca grande de pino con su cerradura, todo el vidriado que haya en casa, excepto las orzas de catar, la mitad de la aceituna que haya en mi olivar y la mitad del aguamiel. Y quiero asimismo vivan en mis casas hasta San Juan que viene, y todo el tiempo que dichas mis casas no se vendieren, sin pagar más alquiler que dos misas en cada un año de los que en ella vivieren, porque así es mi voluntad, y les pido me encomienden a Dios.

 

La casa la había comprado el presbítero al convento de religiosas carmelitas de Villarrobledo, junto con un cebadal contiguo, y casi año y medio después de su fallecimiento los herederos la vendieron a Pedro Arenas Martínez y Catalina Matea Nieva, su mujer.


Ubicación de la casa del presbítero don Juan Martínez de la Iglesia / Foto: G. Jiménez

            Por la misma época, don Ventura Antonio Sánchez Ximénez, que fue vecino de Villarrobledo y abogado de los Reales Consejos, y su esposa doña Bárbara Aguado y Montoya eran propietarios de una casa de morada en la misma calle, situada al otro lado y casi enfrente de la de don Juan Martínez de la Iglesia. Uno de los hijos del matrimonio, don Ventura Ximénez, siguió la carrera eclesiástica, ejerció como presbítero en Munera y residió en la casa de sus padres. Esta circunstancia hizo que la calle pasase a ser conocida como la de don Ventura Ximénez. Don Ventura falleció en Munera el 31 de enero de 1792 con poco más de sesenta años y fue enterrado con las vestiduras sagradas en la iglesia parroquial. Después de su muerte se siguió utilizando su nombre para identificar la calle de la localidad en la que este presbítero tuvo su domicilio. Con esa denominación figura en algunos documentos oficiales consultados, más concretamente en una veintena de escrituras de compraventa otorgadas por los correspondientes escribanos en los años 1763, 1774, 1776, 1784, 1789, 1819, 1820, 1824, 1825, 1854, 1856, 1857, 1859, 1860. Hay que señalar que a partir de 1776 las referencias a la calle empiezan a omitir con cierta frecuencia el apellido del presbítero para terminar nombrando la vía como calle de don Ventura.

            Quizás pueda parecer demasiado exhaustiva la relación de fechas anterior, sin embargo creo que tal detalle no resulta ocioso, antes al contrario, permite comprobar que la designación como calle de don Ventura venía utilizándose de forma habitual desde la mitad del siglo XVIII. Estos datos y otros que detallaremos seguidamente deben servir, además, para considerar que la calle no fue dedicada por las autoridades municipales al médico llamado don Ventura, como refleja Enrique García Solana en su importante obra Munera por dentro. Señala Enrique que en 1814 el médico titular de la villa realizó una operación cesárea por lo que fue recompensado posteriormente con la dedicación de la calle del pueblo. Hay que observar, como ya se ha indicado, que la denominación de calle de don Ventura Ximénez o de don Ventura se venía utilizando desde medio siglo antes de la realización de tal operación médica.

            A partir de enero de 1861, en cumplimiento de dos reales órdenes, comenzaron a utilizarse en Munera los nombres que se asignaron oficialmente a las calles (también los números de las casas) en los documentos que lo requerían. Este es el caso de la calle Don Ventura, que conservó la denominación por la que se venía identificando desde hacía un siglo.

             Después de la contienda civil se modificaron los nombres de algunas calles de la localidad. Así ocurrió con la calle Don Ventura que pasó a denominarse calle Hermanos Paños, en recuerdo de los hermanos Delfín y Priscilio Paños, asesinados a tiros el 21 julio de 1936, recién comenzada la guerra. En la última década del siglo pasado, el ayuntamiento de Munera aprobó el cambio de la denominación anterior por la actual: calle Tilanes. Aunque no he podido encontrar justificación documental que pueda ilustrar el motivo de la adopción del nuevo nombre, fuentes cercanas a la decisión municipal han señalado que la calle ya fue conocida con el apelativo de Tilanes en otro tiempo, aunque sin poder concretar la época, y que el nombre puede hacer referencia al sonido de los cencerros de los rebaños de corrales próximos o que pasaban a diario por esa calle. Aunque con las debidas reservas, debo expresar mis dudas de que, al menos de manera oficial, la calle hubiera llevado con anterioridad el nombre actual. En todo caso me atrevo a indicar que si tal hecho llegó a producirse debió ocurrir durante un corto período de tiempo en la primera mitad del siglo pasado.

            Es ya el momento de comenzar el paseo por la calle Tilanes. Es un paseo largo, que iniciaremos en el cruce con la calle del Pozo, es decir, desde la parte más antigua de la calle, para continuar avanzando hacia el este, en la misma dirección en la que fue creciendo a lo largo de su historia hasta convertirse, como ya se ha dicho, en la más larga del pueblo. La longitud del recorrido nos obliga a llevar un paso ligero, lo que nos impedirá, a buen seguro, detenernos demasiado para hacer una descripción más extensa y detallada. Por otra parte, la evolución de la calle y su vecindario a lo largo del tiempo solo nos permite dar algunas pinceladas, incompletas, de su historia más reciente en el reducido espacio de este artículo. Realizaremos el paseo acompañados por mi amigo Angelino Morcillo García, buen conocedor del casco urbano de Munera y de sus gentes, que nació y vivió en esta calle, en la que su padre tuvo un negocio de reparación de bicicletas y, más tarde, las oficinas como distribuidor de botellas de butano, labor que continuaría nuestro acompañante.

Dejamos ya las dos esquinas donde nace la calle Tilanes y casi de inmediato, en el número 3, se encuentra la casa en la que vivió Francisco Pitarch, comerciante, industrial y propietario, que entre otros negocios regentó una pequeña tienda de tejidos, que luego pasaría a Sebastián Couque Martínez, y una fábrica de harinas en la vecina localidad de El Bonillo. Francisco Pitarch fue también el propietario de la máquina de cine que en 1947 se instaló en el salón de la familia Flores, en la actual calle Albacete; la sala fue inaugurada el 19 de febrero de ese año y posteriormente la máquina pasaría a ser también propiedad de Arturo Flores. Justo enfrente, en el lado de los números pares, se encuentra la carnicería de Antonio Blázquez. Este establecimiento emblemático de la localidad, reconocido por la calidad de sus productos, viene siendo regentado desde hace bastantes décadas por varias generaciones aunque en distintos emplazamientos. En efecto, anteriormente estuvo entre otros lugares en el número 9 de la misma calle, en la casa que forma una rinconada a la altura de la calle de Cadenas.

Avanzamos unos pocos metros y, al encontrarnos con la vetusta casa que hace esquina con la calle Hortelano, nos detenemos un momento. Las características de la construcción muestran su indisimulable antigüedad. Su ubicación se corresponde con la descripción y lindes de la casa en la que, en la primera mitad del siglo XVIII, vivió el anteriormente mencionado comisario del Santo Oficio don Juan Martínez de la Iglesia.

Tan solo hace falta avanzar un poco más para llegar a la altura del Auditorio Municipal, también situado en el lado de los números impares. Fue inaugurado el 15 de mayo de 1999 y sus instalaciones albergan la Biblioteca Pública Municipal Cervantes y, desde enero de 2023, los servicios de Atención Temprana. Desde nuestra ubicación actual volvemos nuestra mirada hacia el otro lado de la calle donde se encuentra, justo enfrente, la casa donde vivió José Miguel Paños, hermano de los anteriormente mencionados Priscilio y Delfín en cuya memoria se había asignado el nombre de Hermanos Paños a la calle. Hay que recordar también que José Miguel desempeñó el cargo de alcalde de Munera en los años sesenta del siglo pasado. Un poco más adelante estuvo el taller de reparación de motos de Daniel Morcillo Couque.


Auditorio municipal / Foto: G. Jiménez

Nada más reiniciar nuestro camino pasamos por la puerta ya cerrada del comercio que hasta hace poco regentó Juan Antonio Couque Díaz, hijo, sobrino y nieto de munereños dedicados a esta actividad. También recordamos la almazara de Eduardo Blázquez y la sastrería de Enrique Carlos, desaparecidas hace aún más tiempo.

Antes de llegar al cruce de la calle Tilanes con la de San Sebastián vemos, en el lado de los números pares, un edificio con unos rótulos en su fachada que nos indican la actividad comercial que Enrique Hernández Orcajada lleva a cabo en la planta baja: agencia de seguros y venta-reparación de calzado. Anteriormente Enrique se encontraba en la calle Olmos, pero hace un lustro que se trasladó a este lugar, exactamente el mismo en el que hace décadas su padre, Enrique Hernández Fuentes, ejercía su profesión de barbero-peluquero.

En el lado de los números impares, el edificio que se encuentra en la esquina y linda por su parte de levante con la calle de San Sebastián me trae gratos recuerdos de la infancia. Allí tuvo su domicilio el matrimonio Enrique García Escudero y Francisca Atencia Blázquez, padres de mi tío Enrique, y un comercio que después pasó a regentar su hijo Paco, quien más tarde se trasladaría a la calle Mayor, en la placeta conocida en su día como «del transformador».

Al cruzar la calle de San Sebastián, encontramos en la esquina un supermercado perteneciente actualmente a la cadena Superalba. Este mismo emplazamiento es el que ocupó durante años, y hasta hace pocos meses, el establecimiento Prisco Alimentación, que antes estuvo ubicado en el mismo lado de la calle pero unas decenas de metros más atrás. Hay que recordar que en la acera de enfrente tuvo durante un tiempo la pescadería Abilio Carlos, y después su hija Maruja.

Y cuando, en vista del largo camino que aún nos queda por recorrer, mi acompañante y yo intentamos acelerar nuestro paso nos vemos obligados a hacer una nueva e ineludible parada; en esta ocasión para saludar a Leonardo Requena Miñán a quien vemos junto a la puerta de su domicilio. Leonardo, de profesión pastor, desarrolló en los años setenta una destacadísima actividad en el deporte de la caza menor con perro. Además de los numerosos trofeos y de los títulos provinciales y regionales obtenidos, consiguió proclamarse en dos ocasiones campeón nacional en esa modalidad deportiva (campeonatos de los años 1977 y 1978), llegando incluso a representar a España en el campeonato de Europa de perros de muestra que se celebró en Italia en el año 1978. Tras la amena charla con Leonardo, en la que nos ha recordado algunas de las divertidas anécdotas de tiempos pasados vividas con el rey don Juan Carlos o con Miguel Delibes, proseguimos nuestro paseo.

Seguimos avanzando por la calle Tilanes hasta llegar a la altura del edificio señalado actualmente con el número 57. En la fachada aún se conserva una vieja placa de chapa que recuerda la antigua actividad del local como agencia distribuidora de butano. Angelino, mi acompañante me cuenta algunas anécdotas de aquella época lejana en la que, primero en bicicleta, luego con un Seat 1400 acondicionado y más tarde con su Iso Goli, el pequeño pero eficiente vehículo de carga, repartía botellas de butano tanto al vecindario del pueblo como en localidades limítrofes como El Bonillo y Ossa de Montiel. También se ocupó de la venta de motocicletas de la marca Lanch. Mi amigo retrocede todavía más en el tiempo, cuando su padre, Angelino Morcillo Romero, tenía un taller de reparación de bicicletas en el mencionado local, y recuerda el lamentable percance, aunque con buen final, que sufrió cuando apenas contaba cinco años. El taller disponía de una especie de ganchos donde se colgaban las bicicletas para poder trabajar sobre ellas a una altura adecuada; un día el travieso Angelino quedó enganchado en ellos por los arcos superciliares de las cuencas oculares. Afortunadamente un aprendiz que trabajaba en el taller pudo descolgarlo sin llegar a sufrir lesión alguna. Angelino me señala su antiguo domicilio familiar, situado en la acera opuesta, casi enfrente, y rememora aquel sonido característico que llegaba hasta su casa generado por la actividad cotidiana en la contigua fragua de Enrique Blázquez.

Tras la breve y obligada parada hemos de continuar nuestro paseo. A nuestra izquierda dejamos el comienzo de la calle Molinetas y, casi de inmediato, hemos de mencionar el edificio que hace esquina con la calle que surge por el lado derecho de nuestra marcha, la calle de Ramón Coderque. Allí ha estado ubicado desde el año 1945 (anteriormente estuvo durante poco tiempo en el chaflán de enfrente) uno de los comercios emblemáticos de Munera, «El Tenderillo». El establecimiento fue regentado por Antonio Giner Víllora y luego se hizo cargo del mismo su hijo Antonio hasta el cierre definitivo.

A escasos metros, en el lado izquierdo de la calle, ofrece su variado catálogo de productos un bazar oriental. Inmediatamente después, frente al inicio de la calle Albacete, se encuentra otro histórico comercio, que después de bastantes décadas al servicio de los munereños cerró definitivamente en 2024. Tres generaciones, primero Luciano Víllora, después su hijo Manuel Víllora Ortiz y, en los últimos años, Vicenta y María Inmaculadala, viuda e hija respectivamente del anterior, mantuvieron este establecimiento que empezó ofreciendo los productos que demandaban los parroquianos a mitad del siglo pasado (comestibles, ferretería, calzado, droguería, pinturas, etc.) y fue evolucionando hasta convertirse en un completo supermercado, Autoservicio Víllora. Incluso llegó a disponer de un pequeño local, a escasos metros y en la misma calle, para la venta de electrodomésticos.

Reiniciamos nuevamente nuestro camino, ahora unas decenas de metros, hasta llegar a la altura de la calle de La Rioja que aparece por nuestra izquierda. Angelino me indica que, en el lugar que ocupa la casa que se encuentra a nuestra izquierda, estuvo hace bastantes años el establecimiento de Hilario de Lamo, conocido como tienda de la Cova. Justo enfrente, unas portadas, ahora cerradas, nos recuerdan donde tenía Enrique Martínez Rodríguez su taller de cerrajería hasta hace un año. Su reciente cierre tras la jubilación es otro ejemplo del deterioro actual de la actividad industrial en los medios rurales de nuestra comarca.


Anuncios publicitarios del programa de Feria y Fiestas de Munera del año 1963

Avanzamos de nuevo y, al sobrepasar la calle de San Francisco que nace a nuestra izquierda hacia el norte, llama nuestra atención un bajo comercial en el lado de los números pares. La abundante información publicitaria en su fachada roja no deja lugar a dudas sobre la actividad a la que está destinado. Es la tienda de Pedro Sánchez Aguilar, dedicada desde hace aproximadamente una década a la venta e instalación de todo tipo de electrodomésticos.

Continuando el paseo en dirección levante pasamos la intersección con la calle de San Antonio y llegamos al siguiente cruce, con la calle de San José, donde se encuentra la casa del apicultor Pedro Arenas, creador de la marca Manchamiel. Todavía nos quedan por recorrer 500 metros antes de llegar al final de la calle Tilanes, pero antes debemos pasar sucesivamente las intersecciones con las calles San Ambrosio, avenida de la Guardia Civil, Canarias y Navarra. Debo confesar que al llegar a la altura del último edificio construido de la calle, señalado con el número 128, Angelino y yo decidimos dar la vuelta, desandar el camino recorrido y buscar un local abierto donde tomarnos un merecido café tras la caminata. Ya sentados, mientras damos buena cuenta del «refresco» por el que hemos decidido sustituir el café, Angelino cae en la cuenta de la omisión de algunas actividades, ya desaparecidas, en la calle que acabamos de recorrer, como la tienda de Peseta, la peluquería de Mariaje, la churrería de Cloti o la tienda de comestibles de Segundo Arenas.

Tramo final de la calle Tilanes / Foto: G. Jiménez



[1] El cura propio de la iglesia parroquial de San Sebastián era entonces don Juan Baptista Ximénez, quien pasaría a ocupar el cargo de comisario del Santo Oficio después de fallecer don Juan Martínez de la Iglesia.

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