La calle de Don Juan (primera parte)

Graciano Jiménez Moreno

(Publicado en ECOS, número 134, enero-marzo de 2021) 

      De la plaza de la Constitución, junto al edificio del Ayuntamiento sale una calle en dirección norte con un trazado o recorrido un tanto peculiar; tras un primer tramo de unos 35 metros, cuando se topa con el edificio que forma esquina con la calle del Calvario gira bruscamente hacia saliente, prácticamente en ángulo recto, para continuar en esta dirección durante 70 metros hasta encontrarse con la calle del Pozo, casi enfrente del comienzo de la calle de Santa Ana. Es la calle llamada de Don Juan.

      Cuando pasamos por esta céntrica calle munereña puede despertar nuestra curiosidad el hecho de que en las placas identificativas de esta vía figure tan solo un nombre propio con el tratamiento de don, sin apellido alguno que ayude a identificar al personaje. Pero ¿quién era don Juan? La respuesta la podemos encontrar si retrocedemos en el tiempo y nos adentramos en las páginas de la historia munerense. El nombre de la calle corresponde a un personaje que vivió en ella en las postrimerías del siglo XVIII y principios del siguiente, don Juan Antonio Aguado y Montoya.

      Don Juan perteneció a una de las familias de hidalgos más poderosas e influyentes en la villa de Munera a lo largo de la historia de la localidad, los Aguado. Distintas ramas de este apellido de origen castellano se extendieron por España y llegaron a ocupar puestos relevantes en concordancia con su ilustre abolengo. Así, en el siglo XVI ya figuran integrantes de este linaje en localidades como Munera, Albacete, El Bonillo o La Roda.

      Juan Antonio Aguado había nacido alrededor de 1750 en la localidad de Cifuentes (Guadalajara), de donde también eran naturales sus padres, Ramón Francisco Aguado y Montoya y María Antonia García del Castillo. Fue regidor perpetuo y alférez mayor perpetuo de la villa de Munera, desempeñando también el cargo de alcalde ordinario por el estado noble [1] en su calidad de caballero hidalgo notorio de sangre. Su padre fue alguacil mayor perpetuo de Munera, al igual que su abuelo José Francisco (natural de Munera) y su bisabuelo Francisco. Un hermano de don Juan, Antonio Felipe Aguado y Montoya, fue regidor perpetuo y escribano en Munera.

      Don Juan se casó el 13 de mayo de 1779, en Munera, con María de los Santos de Losa Calderón, natural de esta villa, quien falleció nueve meses después tras dar a luz una niña que en el bautizo recibió los nombres de María Antonia Francisca Pascuala Rafaela Ramona Juana Andrea Nolasca. Esta niña falleció a la edad de dos años. El 8 de diciembre de 1794, don Juan contrajo segundas nupcias con Ana Claudia Soto de Sotos, soltera, natural de Casas Ibáñez, e hija del capitán de infantería don Francisco de Sotos y Ochando y su mujer doña Isabel de Sotos. Doña Ana era hermana del entonces cura propio de la iglesia parroquial de Munera, don Patricio Soto de Sotos, quien ofició la ceremonia y reflejó en la correspondiente acta matrimonial que la contrayente y sus padres eran sus feligreses. Hermano de los anteriores era también don Bonifacio Sotos Ochando [2], el ilustre eclesiástico, gramático y lingüista, creador de un lenguaje universal, quien, además de visitar en ocasiones a su familia, pasó sus últimos años en Munera donde falleció y fue enterrado en 1869. Del segundo matrimonio de don Juan nacieron al menos nueve hijos. Doña Ana Claudia falleció el 5 de agosto de 1811 a los cuarenta y cuatro años de edad. Don Juan  contrajo nuevas nupcias el 8 de diciembre de 1816 en Munera con Teresa Mateo, viuda de Cristóbal Ramírez, dándose la circunstancia de que ese mismo día también formaron un nuevo matrimonio sendos hijos de los anteriores contrayentes: Francisco, hijo de don Juan, y María Juana, hija de Teresa.

      Entre las propiedades de don Juan Aguado cabe citar un batán hidráulico (con accionamiento similar al de los molinos harineros) que mandó construir en 1797 en las proximidades de la aldea La Florida, más abajo del molino entonces conocido como de don Alonso,

      La casa en la que vivió el personaje que da nombre a la calle se encuentra en el lado norte de la desembocadura de dicha calle en la del Pozo y dispone de amplia fachada en las dos vías. El primer Aguado propietario de esta casa fue don Andrés Francisco Aguado y Montoya, alférez mayor de la villa (también desempeñó el cargo de alcalde ordinario por el estado noble). Obtuvo la propiedad por una permuta que realizó con María Juana de Lamo, viuda de Juan Ruiz Martínez, y que formalizó en escritura ante el escribano el 21 de febrero de 1758. Esta propiedad la amplió con una parte de solar y de casa  que compró dos días después a Sebastián Escudero, situada en la calle del Pozo y contigua a la anterior. En esta casa se encontraban las armas de los Aguado, es decir su escudo nobiliario, del que se hablará más adelante. Don Andrés Francisco no tuvo hijos en sus dos matrimonios y a su muerte la casa pasó a formar parte de un mayorazgo que más tarde llegaría a ser propiedad de don Juan tras la muerte del padre de este en 1794.

      En la mitad del siglo XVIII esa calle era conocida como la calle del Cura por vivir en ella, en la casa que más adelante se indicará, el cura propio de la parroquial de Munera don Juan Bautista Jiménez. En aquella época las calles carecían de nombre oficial y eran conocidas o identificadas por vivir en ellas algún ciudadano notable por su posición o profesión, por la ubicación de algún edificio relevante o por alguna otra circunstancia. En la matrícula parroquial del año 1800 (lista oficial en la que figuraban las personas que habían confesado y comulgado ese año en la parroquia) ya figura don Juan Antonio Aguado como residente en esta calle, sin embargo, la calle se sigue nombrando como la del señor Cura porque en ella vivía, precisamente, don Patricio Soto de Sotos, que entonces era el cura propio.

      A partir de 1861 ya figuran, en los documentos que lo requieren, los nombres oficiales de la calles que habían sido asignados en cumplimiento de las reales órdenes de 1858 y 1860. Así ocurre con la calle llamada de Don Juan, que ya aparece con ese nombre en un testamento y una venta fechados respectivamente en 1867 y 1869. En la posguerra, el nombre de la calle fue cambiado por el de Enrique Bas, en recuerdo de este munereño que fue muerto en los años de la contienda civil. Este nombre se mantuvo hasta comienzos de la última década del siglo pasado, cuando la calle recuperó su nombre original, Don Juan.

      Antes de iniciar el paseo por la calle de Don Juan he de advertir que aunque el recorrido es corto nos puede llevar más tiempo del esperado. La relevancia de esta céntrica calle y su dinamismo a lo largo de la historia de la villa, nos obligan a avanzar muy lentamente, deteniéndonos continuamente para conocer datos y muchas de las curiosidades que encierra. Por otra parte, sus estrechas aceras y el habitual y cotidiano tráfico de vehículos obligan a permanecer en continua alerta para evitar algún que otro sobresalto.

Continuará.


[1]    Había dos alcaldes ordinarios: uno en representación del estado noble (familias de hijosdalgo) y otro del estado general (resto del vecindario o individuos del estado llano).

[2]    Don Bonifacio ha pasado a la historia con los dos apellidos del padre, mientras que los otros hermanos utilizaron los coincidentes primeros apellidos del padre y de la madre.

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