La calle de Don Juan (segunda parte)

Graciano Jiménez Moreno

(Publicado en ECOS, número 134, enero-marzo de 2021)  

      El punto inicial de nuestro paseo es la plaza de la Constitución, junto a la esquina del Ayuntamiento. Siguiendo, ya en la calle de Don Juan, la fachada lateral del edificio consistorial nos encontramos las dependencias que albergan el juzgado de paz y el registro civil. En ese lugar se encontraba en la mitad del siglo XVIII la única carnicería existente entonces en Munera. La casa que entonces cumplía ese cometido era propiedad del Concejo; constaba de matadero y de un cuarto encamarado en el que estaba la tabla o lugar de despacho de la carne. En el año 1752, el encargado de la carnicería era Francisco Fraile, oficial de carne en la villa. Francisco tenía entonces 30 años, era viudo y ejercía también como mesonero, pues la cofradía de las Benditas Ánimas, propietaria del único mesón de la villa, le tenía arrendado este establecimiento. El mesón de las Ánimas (hasta no hace muchos años posada de la Feria) estaba ubicado en la actual calle de la Virgen (entonces conocida como calle del Mesón) y sus dependencias se extendían por detrás del Ayuntamiento de manera que las portadas del  corral daban precisamente a la calle de Don Juan.

      Comenzada ya la segunda mitad del siglo pasado, este espacio municipal de la calle de Don Juan albergó el hogar del Frente de Juventudes [1] (antes había sido utilizado como escuela de párvulos). En una de las paredes podía contemplarse entonces una gran pintura mural obra del artista local Luis Fermín Belda, hijo del maestro de la localidad don Fermín Belda Carbonell. Esta pintura en la que se representaban cuerpos musculosos llenos de fuerza y vigor desaparecieron años después cuando se reformó completamente el edificio. Estas mismas instalaciones serían destinadas seguidamente a albergar la Biblioteca Pública Municipal. En abril del año 1966 se inauguró dicha biblioteca [2] creada con fondos públicos, siendo su primera bibliotecaria la maestra nacional doña Amparo Gavidia Murcia, quien desempeñó este puesto hasta el año 1989. La primera dotación de libros de esta biblioteca constó de 1505 volúmenes, con un valor que ascendía a doscientas cincuenta mil pesetas.

      Al lado hubo antes de la guerra una tienda, fundamentalmente con artículos de ferretería, de Leopoldo Bas Flores, padre del anteriormente mencionado Enrique Bas. En ese mismo lugar, mediado el siglo pasado tuvieron durante unos años la tienda Enrique García Atencia y su mujer Graciana Moreno Ramírez (antes la tuvieron un poco tiempo enfrente), hasta que se trasladaron a la actual calle del Pozo. Después ese local acogería sucesivamente una sucursal del Banco Úbeda y las oficinas de la Caja Rural. En la casa siguiente, que llegaba hasta el principio de la calle Calvario, vivió también Leopoldo Bas hijo, que fue alcalde de Munera en la posguerra y, durante poco tiempo Manuel Úbeda, el responsable de la sucursal del banco Úbeda, resultando una curiosa coincidencia de su apellido con el nombre de la entidad sin que existiera relación familiar alguna. La parte final o norte de esta casa y la situada al otro lado de la calle dejaban un angosto acceso con forma de recodo a la calle Calvario, lo que en no pocas ocasionas propiciaba situaciones comprometidas para algún camión que pretendía acceder a la plaza por esta vía. Tan sólo la existencia de una piedra adosada en el vértice de la esquina libraba la fachada de posibles desperfectos a consecuencia del tráfico de carruajes y otros vehículos. Recientemente, al construirse una nueva edificación en el lugar de la anterior pudo ensancharse un poco el paso achaflanando la esquina y se eliminó dicha piedra.

      Retrocedamos hasta la plaza para recorrer nuevamente el mismo tramo de calle, pero esta vez por la otra acera, es decir, por la de los números pares. Al pasar la fachada lateral de la casa en la que vivieron los maestros don José López Solana y su mujer doña Rosario (tiene la entrada por la calle Mayor), recordamos que en el antiguo número 2 estuvo la tienda de Gaspar Játiva Torres en la que se vendían artículos de regalo, loza, cristal y electrodomésticos además de ocuparse de su actividad como instalador eléctrico. En esa tienda su hija Basi se encargaba de coger los puntos de las medias de señora, como recordaba el letrero colocado a tal efecto en el cristal de la puerta del establecimiento. Hacia 1950 había al lado un taller donde Vicente de Lamo, el popular cartero de Munera, se ocupaba de la reparación de bicicletas. En un local contiguo tuvo Bautista Fuentes Moreno una pequeña tienda de comestibles, pescado y frutas. Desde hace años esta parte de la calle la ocupa otro edificio en cuyos bajos se encuentra la carnicería de Evelio Hernández. Solo nos faltan unos metros para llegar a la esquina en la que la calle forma un ángulo recto, pero para ello hemos de pasar frente a lo que fue la puerta (hoy ventana) del estanco que hace décadas regentaba Leonor Romero Moreno y luego su hijo Manuel Hernández.

      Hemos llegado otra vez al final del primer tramo de la calle de Don Juan. Por delante nos cierra el paso un edificio con una robusta fachada de piedra y unas prominentes rejas en sus ventanas con forma de pecho de paloma que nos ofrece dos alternativas: por la izquierda, acceder a la calle del Calvario pasando el recodo que se ha indicado anteriormente; por la derecha, continuar recorriendo, ahora siguiendo dirección este, el segundo tramo de la calle de Don Juan. Evidentemente, en esta ocasión hemos de tomar la segunda opción para completar nuestro paseo por la calle de Don Juan, aunque antes de continuar haremos una parada en este lugar para recordar algunos detalles de la historia de este edificio.

      A mediados del siglo XVIII esta casa y sus dependencias eran, además de domicilio habitual, propiedad de don Juan Bautista Jiménez Cano, cura propio de la iglesia parroquial de San Sebastián de Munera y comisario del Santo Oficio de la Inquisición. Esta casa disponía de una amplia fachada y era entonces una de las mejores de la población. Don Juan Bautista nació en la cercana localidad de Barrax hacia 1695 y falleció en Munera el 5 de noviembre de 1763. Fue enterrado vestido con sus ornamentos en la iglesia de Munera, en la sepultura que había dejado señalada en su testamento, en la capilla mayor «entre las gradas del altar mayor y lámpara que sirve a su Majestad». Probablemente, hacia 1800 vivió también en esta misma casa el que entonces era cura propio de la iglesia de Munera, el mencionado don Patricio Soto de Sotos, ya que en esa fecha figuraba como uno de los habitantes de la calle, la cual continuaba siendo conocida como la calle del Cura. Ya en la primera mitad del siglo pasado la casa perteneció al médico don Leonardo Bas Couque y posteriormente a la familia Sánchez Carlos.

      Siguiendo por el lado de los números impares, en el edificio colindante vivió hace décadas Enrique Fornés y luego su hija Fidela, esposa del veterinario José Cambronero. En esta parte de la calle el panadero Leopoldo Blázquez Blázquez tuvo durante algunos años su vivienda y un despacho de pan; después residió allí Juan Ramón Arenas, peón de calles del Ayuntamiento. En la casa siguiente Daniel Blázquez ejercía su oficio de guarnicionero en la mitad del siglo pasado y, como señalaba la pequeña gavilla de sarmientos que colgaba en la fachada, también vendía vino que elaboraba en su jaraíz.  

      En este tramo de la calle tenía su casa por el año 1752 Pedro Ramírez Muñoz, que desempeñaba el oficio de agrimensor junto a uno de sus hijos. Pedro también fue propietario de tierras, una casa de labor y una tienda en la que se vendían aceites, especias y otros géneros comestibles. Además, Pedro Ramírez fue durante muchos años tesorero depositario de los caudales de propios y arbitrios de la villa, es decir, de los bienes y rentas pertenecientes al municipio. Esta función la desempeñó, por elección y nombramiento, hasta finales del año 1771.

      Si miramos al otro lado de la calle, al de los números pares, vemos en una de las fachadas un cartel en el que puede leerse: «Consejería de Agricultura, Agua y Desarrollo Rural. Unidad Técnica Agrícola». Es el edificio donde se ubicaba desde los años sesenta la antigua Hermandad Sindical de Labradores y Ganaderos [3]. Mario Hernández, que por aquella época estuvo trabajando en la entidad más de una década, me recuerda que anteriormente estuvo instalada en la calle Mayor (junto a la antigua localización de Correos y Telégrafos) y en el callejón de la calle Iglesia, en la conocida como casa de las monjas. La hermandad contaba entonces con secretario, auxiliar administrativo, ordenanza y tres guardas rurales, además de la correspondiente junta directiva. Desde mediados de la década de los sesenta y durante muchos años desempeñó el puesto de secretario de la hermandad Juan Francisco Honrubia. Una persona que conoce muy bien la historia de la entidad es María Amparo Blázquez, que está a punto de cumplir medio siglo como trabajadora de la misma. Me cuenta María Amparo que en 1978 se extinguió la hermandad dando paso a la denominada Cámara Agraria Local, y que aún sufriría varios cambios de denominación hasta el actual de Unidad Técnica Agrícola, dependiente orgánicamente de Villarrobledo. Quiero mencionar aquí que el pasado año 2019 pasaron a recoger por orden superior los archivos y documentos de la hermandad para proceder a su destrucción, lo que a mi juicio ha hecho desaparecer alguna documentación que podría ser de gran relevancia para conocer y comprender la historia en la segunda mitad del siglo XX de un pueblo eminentemente agrícola y ganadero como el nuestro.

      Avanzamos algunos metros más y llegamos a la calle del Pozo, donde desemboca la calle de Don Juan. No obstante, nuestro paseo por la historia de la calle aún no ha terminado. Al final de la calle, en el lado de los números pares, donde actualmente hay un solar sin edificar, daban las portadas de un corral correspondiente a la casa en la que vivía el veterinario Augusto Blázquez de Lamo en la primera mitad del siglo pasado. Hasta no hace mucho tiempo permanecía aún en la pared una herradura como vestigio anacrónico del lugar donde antaño se herraban las caballerías.

      Sin movernos de nuestra ubicación hemos de fijar ahora nuestra atención en la casa existente en la esquina norte que forma la intersección de las dos calles. Es la casa que fue de los Aguado. En otros tiempos a la calle de Don Juan daba un portón, tachonado con clavos, que disponía de una puerta más pequeña para el acceso de las personas. El llamador de la puerta estaba colocado a gran altura para facilitar su uso por el jinete que llegaba a lomos de un caballo. Actualmente, el lugar del portón que había en la calle de Don Juan lo ocupa una ventana, pero el actual propietario de la casa, Miguel Hernández, tras la restauración de la fachada ha mantenido a la vista el cerco de piedra que configuraba la entrada. En esta casa estuvo el escudo de armas de los Aguado desde los tiempos de don Francisco Andrés Aguado y Montoya hasta la mitad del siglo pasado, cuando don Antonio Aguado Beltrán vendió la casa a Pedro Ruiz Játiva. El encargado de trasladar la «piedra de nobleza» en 1950 a una nueva ubicación en la finca Mari Gutiérrez, cercana a Munera, fue el munereño recientemente fallecido Pedro Carrizo, quien en una de sus amenas charlas me contó que realizó el traslado en la bolsa de un carro tirado por una burra. Más tarde el escudo sería trasladado a Albacete.

La casa de los Aguado tenía inicialmente la entrada por la calle de Don Juan; en ese lugar hay actualmente una ventana pero se conserva el primitivo cerco de piedra de la entrada.

      Hemos finalizado el recorrido pero antes de irme no puedo dejar de aceptar la invitación que me hace Miguel Hernández para conocer el interior de la casa. Miguel me muestra muy amablemente sus dependencias y diversos detalles como los gruesos muros originales, un patio con una parra centenaria, y la estancia en la que  estuvo el oratorio de la vivienda.

      Este oratorio se menciona en los testamentos que don Andrés Francisco Aguado y Montoya y doña Francisca Ferrajón del Cerro, su segunda mujer, otorgaron en 1775 y 1786, respectivamente. En el testamento de doña Francisca se recogen con detalle los elementos que entonces componían el oratorio y el destino que debían tener después de su fallecimiento. Ordenó que sus ornamentos, el cáliz, la patena, el misal, todos los ornamentos y vestiduras sacerdotales de lienzo y tela, los dos pares de vinajeras de china y cristal, las láminas y cuadros, los candeleros y el atril se entregasen a Nuestra Señora de la Fuente para que sirvieran para su culto y de adorno a la ermita y camarín. Asimismo doña Francisca mandó que tras su fallecimiento se le hiciese a la imagen de Nuestra Señora de la Soledad que tenía en el oratorio un vestido con la «basquiña de griseta negra de seda» y se llevasen también a la ermita. Otros elementos del oratorio, como el Niño Jesús con su urna y adornos dorados del centro del altar, las dos «pilicas» para agua bendita, la imagen de Nuestra Señora de la Concepción y dos láminas a su elección debían ser para su sobrino don Manuel Cadenas y Ferrajón.

      El tiempo se ha pasado demasiado rápido. Seguramente se han quedado datos, curiosidades y hechos acaecidos en esta calle dignos de mención, pero hemos de poner punto final al recorrido de hoy y decidir hacia dónde no dirigiremos en nuestro próximo paseo.


[1] Organización juvenil creada por el régimen para el adoctrinamiento político de los jóvenes españoles. Una de sus funciones era ocupar el tiempo libre de sus integrantes fomentando la participación en torneos y competiciones de carácter deportivo, campamentos, albergues y otras actividades.

[2] Hasta llegar a las instalaciones actuales en el edificio del Auditorio Municipal, los volúmenes de la biblioteca sufrieron diferentes traslados, en algunos casos por realización de obras, a ubicaciones más o menos provisionales como la cochera (antes tienda) de la propia doña Amparo y su marido Enrique García Solana, el salón de plenos del ayuntamiento antiguo (planta alta), el lugar que ocupó la centralita de teléfonos en la calle de Bonifacio Sotos y la planta baja del edifico del Centro Cultural Maestro Fermín Belda Carbonell.

[3] Las Hermandades Sindicales de Labradores y Ganaderos eran organizaciones sindicales creadas bajo el régimen de Franco a mitad del siglo XX para la asistencia a los agricultores y ganaderos con muy diversas funciones.

Comentarios

  1. Vaya paseo más completo. Me parece como si hubiera viajado en la máquina del tiempo!

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