Los efectos en Munera del terremoto de Lisboa de 1755

Graciano Jiménez Moreno

        El sábado 1 de noviembre del año 1755, festividad de Todos los Santos, se produjo un fuerte terremoto con su epicentro en el océano Atlántico a una distancia de varios cientos de kilómetros de Lisboa, la capital portuguesa. El fenómeno fue sentido en la totalidad de la península Ibérica, el norte de África y algunos lugares de Europa occidental, como el sur de Francia o el norte de Italia. También se percibieron sus efectos en islas del Atlántico como Cabo Verde, Azores, Madeira y Canarias, e incluso al otro lado del Atlántico. El sur de Portugal y el oeste de Andalucía fueron las zonas más perjudicadas por la catástrofe, que ocasionó miles de víctimas y cuantiosísimos daños materiales. En Lisboa, al seísmo sucedieron un maremoto y un gran incendio, lo que causó la destrucción casi total de esa ciudad y la mayoría de las víctimas. Esta circunstancia hizo que el seísmo sea conocido como el terremoto de Lisboa.

        Cuando se produjo el terremoto reinaba en España Fernando VI, quien una semana después del suceso mandó realizar un detallado informe sobre el suceso y sus efectos. para ello se elaboró un cuestionario con ocho preguntas que debían contestar los responsables de las las capitales y poblaciones de cierta importancia del reino con la mayor rapidez posible.

        La documentación relativa a las respuestas recibidas de 1273 localidades se guarda en el Archivo Histórico Nacional. La correspondiente a Munera fue fechada el 25 de noviembre y su transcripción puede consultarse en la monografía de la Dirección General del Instituto Geográfico Nacional titulada Los efectos en España del terremoto de Lisboa (1 de noviembre de 1755), cuyo autor es José Manuel Martínez Solares, o en el trabajo Efectos del terremoto de 1 de noviembre de 1755 en localidades de la actual provincia de Albacetede Fernando Rodríguez de la Torre, publicada en la revista Al-Basit, editada por el Instituto de Estudios Albacetenses. Este es el contenido del documento:

Muy Señor mío:

En conformidad de la de V. S., de 16 del presente, que recibimos por mano de su conductor, en que viene inserta la del Ilustrísimo Señor Obispo de Cartagena, Gobernador del Real Consejo de Castilla, de 8 del mismo, para que, queriendo S. M. saber con puntualidad e individualidad, los daños y efectos que ha causado el temblor de tierra que se experimentó el día primero de éste, en los pueblos del Reino, se le noticie lo que ocurrió en éste en dicho infausto acontecimiento.

Cumpliendo con su tenor, debemos poner en noticia de V. S., para que la ponga en la de S. M., por medio de dicho Señor Ilustrísimo:

Cómo en esta villa y su jurisdicción, el día primero de este mes, en que se celebra la fiesta de Todos Santos, siendo como a la hora de las diez y cuatro minutos de la mañana, poco más o menos, se sintió conocidamente un temblor de tierra que duró siete minutos, con corta diferencia, con un rumor bronco, a similitud del que causa un timbal de órgano, con movimientos de bamboleo, de forma que estando nosotros con el Señor Don Juan Baptista Ximénez, cura propio y comisario del Santo Oficio de esta villa, y otras personas distinguidas, en los portales de las Casas Capitulares de su Ayuntamiento, frente la Iglesia parroquial, esperando el tiempo de entrar a la misa conventual, advertimos todos el temblor, con las señales referidas, moviéndose las paredes y suelo de dichos portales con bamboleo, de que huyendo del [sic] amenaza nos tiramos a la Plaza, y sin intermisión continuó el terremoto, sintiéndolo también cuando estábamos en pie en la Plaza, que en ambos sentimientos hacemos el juicio duraría los siete minutos; a cuyo tiempo salieron algunas personas de la Parroquial huyendo de los movimientos que había causado en ella el temblor, e informados de muchas personas que a la sazón los cogió en la Iglesia y, en especial, de un religioso franciscano, llamado Fray Alonso Gómez, que éste estaba diciendo el Santo Sacrificio del misa en un altar de Nuestra Señora del Rosario, a el colateral de la Epístola, nos aseguraron no sólo vieron moverse los altares, púlpitos, imágenes y lámparas, sí las paredes de la fábrica del templo, de forma que las columnas les parecía se juntaban con el bamboleo, de cuyo de cuyo [sic] infausto fracaso se pasmó todo el gentío, y el religioso cayó privado en la peana del altar, y vuelto en sí, y a el pueblo, le exhortó con eficacia, y muchas lágrimas, haciendo en voz alta un acto de contrición, de tal manera que si en el lance se hubiera originado algún quebranto de que perecieran los feligreses, era de creer, según las acciones que hicieron acompañando del religioso, que hubieran logrado la bienaventuranza; a cuyo tiempo entró dicho párroco, y consolándolos, y a el religioso, a éste le previno prosiguiese en el Sacrificio, enterado del estado en que lo cogió.

Y luego, habiendo entrado nosotros en la Iglesia, advertimos que la Imagen sagrada de Nuestra Señora del Rosario, que está en dicho altar, se hallaba ladeada a su mano izquierda, dando con la cabeza en las tablas de su trono. Y en nuestra presencia, de orden del párroco, un sacristán la colocó en su puesto con perfección.

Y habiéndonos después informado de muchas personas, a el efecto de adquirir noticias de los del terremoto, aseguran que en esta villa y su jurisdicción, aunque lo sintieron a la misma hora, no ha causado daño, ni perjuicio, en sitio ni parte alguna, así en edificios como en todo lo demás.

Ni tampoco, por unos ni otros, antecedentemente se advirtió señales que lo anunciasen, pues acometió de improviso, que fue motivo para más pasmo y susto.

Y reconocido este pueblo del especial beneficio que Dios Nuestro Señor, por medio de su Sacratísima Madre, y nuestra, María de la Fuente, Patrona de esta villa, le hizo en no haber experimentado el castigo que merece por sus culpas, tiene resuelto, con acuerdo de su párroco, el dar las gracias a esta Soberana Reina, con una demostración de su singular afecto.

Que es lo que debemos poner en noticia de V. S., en razón de lo que se nos manda, en cumplimiento de nuestra obediencia, con la cual quedamos, pidiendo a Dios guarde a V. S. muchos años.

Munera, y noviembre 25, de 1755.

Besan la mano de V. S. sus mayores servidores,

Juan de Villena Blázquez, Andrés Francisco .....(?) y Montoya

Señor Don Juan Palanco [= Corregidor de Alcaraz, quien lo remitió el 30-XI-1755].

        Con respecto a los nombres de los firmantes del informe de Munera es preciso resaltar que en esta transcripción el primero de ellos figura de manera errónea, y el segundo aparece incompleto. En el trabajo anteriormente citado de Fernando Rodríguez de la Torre se indica algún apellido incorrecto de ambos firmantes. En realidad debía tratarse de Juan de Víllora Blázquez y de Andrés Francisco Aguado y Montoya, regidores que llegaron a desempeñar el cargo de alcaldes ordinarios de Munera, el primero por el estado general (individuos del estado llano) y el segundo, también alférez mayor, por el estado noble (familias de hijosdalgos).

        El llamado terremoto de Lisboa no solo causó gran número de pérdidas humanas y elevadas pérdidas materiales, sino que supuso importantes implicaciones sociales y filosóficas. El hecho de que el terremoto tuviese lugar en un día de marcado carácter festivo para la iglesia católica, a una hora en la que los fieles ocupaban los templos, muchos de los cuales fueron destruidos matando a los que allí se encontraban, y que resultase asolada la capital de un país con clara historia católica, llegó a entenderse como una manifestación de la cólera de Dios e influyó profundamente en algunos pensadores y filósofos europeos de la época.

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