La calle de Bonifacio Sotos

Graciano Jiménez Moreno

(Publicado en ECOS, número 119, noviembre-diciembre de 2017)

NOTA PREVIA DEL AUTOR: Casi cinco años después de aparecer este artículo en Ecos, su autor ha publicado un libro titulado EL TESTAMENTO DE DON BONIFACIO SOTOS OCHANDO. LA ESTRECHA RELACIÓN DE DON BONIFACIO Y SU FAMILIA CON LA VILLA DE MUNERA. El libro ha sido editado por el Instituto de Estudios Albacetenses "Don Juan Manuel" y se presentó el 23 de septiembre de 2022, durante la feria de Munera. En esta publicación, fruto de un exhaustivo trabajo de investigación, se recoge la estrecha relación de don Bonifacio con Munera a lo largo de su vida, desde que su familia se trasladó a esta villa en 1794 desde Casas Ibáñez cuando el joven Bonifacio apenas contaba nueve años.

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            Iniciamos hoy, en estas páginas de Ecos, una serie de «paseos» por las calles de nuestro pueblo. El propósito será disfrutar de cada recorrido, sin prisas, parándonos de vez en cuando para asomarnos a la ventana del tiempo y recordar algunos aspectos históricos o curiosidades antes de que puedan quedar en el olvido.

            El objetivo de nuestro primer paseo es la calle Bonifacio Sotos. Esta calle parte de la plaza de la Constitución, entre el casino La Amistad y el Centro de Salud, y continúa en dirección aproximadamente suroeste para, una vez pasada la placeta que se forma en la conjunción con las calles Norte y Tomasillo, girar hacia el sur en un último y corto tramo hacia la calle Diputación Provincial, en cuya confluencia termina. Su longitud es de unos 100 metros.

            La calle está dedicada a un ilustre gramático y lingüista albacetense, el sacerdote don Bonifacio Sotos Ochando, quien en sus últimos años tuvo una especial relación con Munera. Antes de repasar algunos datos biográficos de tan egregio personaje hemos de adentrarnos en la historia de la calle que actualmente lleva su nombre.

            Esta vía fue en sus orígenes la calle Mayor de la localidad y, por lo tanto, una de las más importantes de la villa. Hay que recordar que a finales del siglo XV se inició el traslado del emplazamiento del pueblo a su actual ubicación y que la parte más antigua de su casco urbano es la que se ha venido conociendo como barrio de la Temeridad. También a finales de ese siglo comenzó la construcción, más hacia el este, de la iglesia parroquial. Es lógico, por lo tanto, que la calle principal del pueblo, es decir la conocida entonces como Mayor y actualmente Bonifacio Sotos, fuese la que unía el mencionado barrio con la plaza Mayor, donde estaba situada la iglesia. Cabe añadir que al prolongarse esta calle más allá de la plaza, hacia el este, siguieron considerándose ambos tramos como una misma vía, denominada calle Mayor. Así puede constatarse en documentos fechados en los años 1752 y 1885.

Don Bonifacio Sotos Ochando.
(Imagen perteneciente a los fondos del Archivo Histórico Provincial de Albacete)

            Pasemos ya a recordar la biografía de don Bonifacio Sotos, su obra y su relación con Munera. Había nacido el 5 de junio de 1785 en la localidad albaceteña de Casas Ibáñez y a los doce años inició la carrera eclesiástica en el Seminario de San Fulgencio de Murcia. En 1806 obtuvo el doctorado en Sagrada Teología y llegó a ocupar varias cátedras (de manera interina durante tres años y otros quince años en propiedad) en el seminario fulgentino antes de ordenarse de presbítero en 1813. En 1820 fue nombrado rector del seminario, cargo que desempeñó durante poco más de un año. La situación política de España en esa época (reinado de Fernando VII) y sus ideas liberales le llevaron a ser elegido vocal de la Junta Suprema de Murcia en 1820 y diputado a Cortes por dicha capital en diciembre del año siguiente, cargo que ocupó hasta el 1 de octubre de 1823. Tuvo entonces que huir de España encontrando refugio en Francia, donde en poco tiempo publicó varios libros sobre religión, literatura española, gramática, pronunciación y traducción de los idiomas francés y castellano. Como reconocimiento a sus méritos el gobierno francés lo nombró catedrático de lengua castellana en el Colegio Real de Nantes. Su fama en el país vecino y las numerosas distinciones que recibió le sirvieron para ser nombrado en 1833 profesor de lengua castellana de los hijos del Rey de Francia Luis Felipe, cargo que desempeñó durante siete años. En 1840 decidió volver a España, donde siguió recibiendo honores y nombramientos de los que tan solo citaremos ahora algunos de ellos. Se le ofreció una mitra (dignidad de arzobispo u obispo) que el sacerdote rehusó. También se le confirió el encargo de fundar el Instituto Provincial de Segunda Enseñanza de Albacete. En 1845 fue nombrado catedrático numerario de la Universidad Central y en 1851 fue elegido para el cargo de director del Colegio Politécnico con un sueldo de 24.000 reales, dándose la circunstancia de que al carecer de algunos títulos académicos que se precisaban para tal nombramiento fue dispensado de ellos mediante Real Orden.

            A pesar de su extraordinaria trayectoria, lo que más fama proporcionó a Bonifacio Sotos fue un proyecto de lengua universal, tanto escrita como hablada. En 1851 presentó un primer esbozo de su propuesta, que continuó desarrollando y perfeccionando a la vez que encontraba importantes y valiosos apoyos tanto en prestigiosos círculos intelectuales como en altas instancias del país. Así, en 1855 le fue concedida una subvención de 40.000 reales para atender los gastos que pudieran ocasionarle sus trabajos. También presentó su proyecto en la Sociedad Lingüística de París, que la calificó muy favorablemente. Alentado por los resultados creó la Sociedad de Lengua Universal con el objeto de impulsar su proyecto tanto en España como en el extranjero. Lamentablemente, poco después, el 8 de febrero de 1861, mientras presidía una reunión de dicha sociedad sufrió un ataque de apoplejía que le produjo parálisis del lado derecho de su cuerpo. Esta circunstancia no mermó su entusiasmo y durante algún tiempo continuó trabajando y asistiendo a las sesiones de la sociedad, hasta que finalmente sus limitaciones físicas le obligaron a abandonar su ambicioso proyecto de lengua universal. Decidió entonces retirarse a Munera, donde vivía parte de su familia, y aquí pasó el resto de sus días este insigne ibañés.

            Don Bonifacio tenía una hermana, Ana Claudia Soto de Sotos, que había llegado a Munera acompañando a otro hermano también sacerdote, don Patricio Soto de Sotos, cuando este ocupó el puesto de cura propio de la parroquia de esta villa. Conviene aclarar que la disparidad entre los apellidos de estos dos hermanos con los de don Bonifacio se debe a que este último ha pasado a la historia con los dos apellidos del padre (capitán de infantería) mientras que los dos hermanos utilizaron los coincidentes primeros apellidos del padre y de la madre. Ana Claudia se casó en Munera con el entonces alférez mayor perpetuo de la villa, don Juan Antonio Aguado y Montoya, viudo. Dos hijas de este matrimonio, nacidas también en Munera, doña Ana y doña Feliciana, cuidaron de su tío Bonifacio y, como no podía andar solo, lo acompañaban cuando iba a decir misa o tenía que desplazarse. Precisamente a esta última sobrina la declaró heredera universal en el testamento que otorgó en Munera, el 14 de mayo de 1869, ante el notario don Facundo Blázquez. Unos seis años vivió don Bonifacio en Munera, prestigiando el ambiente cultural de la localidad y rodeándose de quienes gozaban de su compañía y sus conocimientos. Don Bonifacio ya había estado anteriormente en Munera, al menos en una ocasión, pues en 1850, siendo catedrático de la Universidad de Madrid, se encargó de bautizar en la iglesia parroquial a un niño de la familia Aguado. Una muestra de sus inquietudes políticas es que el día 30 de junio de 1869, a pesar de la avanzada edad, se presentó ante el alcalde de Munera para jurar la constitución que había sido promulgada el día 6 de ese mes.

            Don Bonifacio vivió en el número 12 de la calle de los Olmos y falleció en esa misma casa el 9 de noviembre de 1869, a las ocho y media de la mañana, recibiendo sepultura el día siguiente en el cementerio de la Purísima Concepción de Munera. Allí permanecieron sus restos hasta el 22 de septiembre de 1945, fecha en la que fueron trasladados a un panteón familiar de su villa natal.

            Con el propósito de dar un paseo por la calle Bonifacio Sotos y rebuscar en los rincones de nuestra memoria cité a Daniel Morcillo Couque una tarde en el casino La Amistad, en la plaza Mayor. Estaba seguro de que Daniel, que vivió en su juventud en esa calle, podía contarme cosas muy interesantes. Cuando entré en el casino, del que don Bonifacio fue visitante asiduo, intenté imaginarme al anciano presbítero allí sentado, charlando, o quizás impartiendo su magisterio a unos atentos acompañantes. ¿Enseñaría a nuestros paisanos su afamada lengua universal? Allí estaba esperándome Daniel acompañado de Luis Carlos, paisano, amigo y gran conocedor de la historia de nuestro pueblo. Al poco rato salimos los tres para iniciar nuestro paseo desde la plaza. Nos recuerda Daniel las ferias de su niñez, cuando una parte de los puestos de los feriantes se instalaban en esta calle y las atracciones (voladoras, barcas y columpios) en la placeta.

            Al rodear la esquina del casino pronto nos encontramos en el número 2 de la calle Bonifacio Sotos; es la puerta de acceso al Hogar de la Tercera Edad, establecimiento ubicado en la planta superior del mismo edificio que alberga el casino. En la acera de enfrente podemos ver la fachada lateral del Centro de Salud, situado en el primer edificio de ese lado de la calle y del que tocará hablar en otra ocasión. Precisamente, en la parte final de esta edificación que hasta hace varias décadas había pertenecido a don Luis Aguado, se encontraba la oficina de teléfonos. El servicio telefónico llegó a Munera en julio de 1957. Entonces se llamaba a la operadora para decirle con quién se quería hablar y ella conectaba manualmente con la línea adecuada. Para hablar con otras localidades había que «pedir una conferencia» que normalmente no se establecía de manera inmediata y a veces se fijaba para una determinada hora. Nos viene a la memoria la imagen de las telefonistas Adela y Carmen conectando y desconectando hábilmente las clavijas con movimientos casi automáticos. Un poco más adelante, en la acera de los números pares, pasamos por la puerta de la tienda de comestibles que Olegaria abrió en esta calle hace años, cuando se trasladó desde una de las «garitas» que había en la plaza. Cuando vemos en el lado de los números impares el letrero del café-bar La Plaza (local inaugurado por José Antonio García Canales en la pasada década) nos viene a la memoria necesariamente el nombre de otro bar que estuvo situado en la misma acera un poco más adelante, El Tranco. Este sencillo y popular establecimiento, desaparecido hace ya unos años, estuvo regentado por los hermanos Blas y Francisco Fernández y contaba con una fiel clientela.

            En la placeta nos detenemos. Daniel nos dice que antes de la guerra hubo un surtidor de gasolina en el chaflán que forman las calles Bonifacio Sotos y Norte. Después nos habla de la casa de sus padres, Paco y Paula, situada en el actual número 9. En ese edificio montó su hermano Alfredo al final de los años cincuenta una tienda que fue la primera que vendió en Munera motos, electrodomésticos, escopetas y botellas de butano (las grandes de color naranja y las azules «camping gas») entre otros artículos. Recuerda Daniel que los clientes de la botella grande podían contarse al principio con los dedos de una mano. Aunque en la fachada hubo un anuncio de chapa de las motocicletas Ossa, vendían, incluso a los pueblos limítrofes, otras motos de marcas españolas como Lube, Motobic, Iresa o Ducson, además de las fabricadas en España por la marca italiana Guzzi. Al reanudar el paseo, rodeando la fachada de este edificio para recorrer  el último tramo de la calle, vemos enfrente el lugar donde estuvo la tienda de Juan Antonio Couque y nos paramos en el chaflán que forman el final de la calle Bonifacio Sotos con la denominada actualmente calle Diputación Provincial. En ese chaflán estuvo ubicado Foto Estudio «Amor», un estudio fotográfico denominado con el acrónimo de su fundador, Alfredo MORcillo, en el que también colaboraron Luis Vecina, Artemio Carlos y el propio Daniel.

            Terminado el corto pero emotivo paseo por la calle Bonifacio Sotos decidimos volver al casino. Somos tres y no será difícil encontrar allí el compañero que nos falta para poder echar un truque. 

Tienda de Alfredo Morcillo y exposición de motos y electrodomésticos a principios de los años sesenta.
(Fotografía cedida por Daniel Morcillo)

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