El callejero de Munera

Graciano Jiménez Moreno

(Publicado en ECOS, número extra, feria de 2019)

            Las calles de una población son el lugar de tránsito cotidiano y obligado para las personas, animales y mercancías; son, por lo tanto, las arterias necesarias que permiten mantener viva una localidad. Desde el principio se hizo necesario nombrar las calles de alguna manera con el objetivo de poder describir convenientemente la ubicación de vecinos y edificios. Generalmente se identificaban por vivir en ellas ciudadanos notables o artesanos y profesionales, por la ubicación de edificios o establecimientos relevantes u otras circunstancias. Sirva como ejemplo recordar que en el siglo XVIII existían en Munera calles que eran conocidas como del Comisario, del Cura, de Alonso Bódalo, de Juan Cano, de don Andrés, de Cantero, de Juan de Víllora, del Mesón, del Hospital, del Juego de Bolos, etc.

Conviene indicar que la asignación de nombres, de manera regulada, a las calles de las poblaciones  españolas se produce a mediados del siglo XIX; concretamente como consecuencia de dos reales órdenes publicadas en los años 1858 y 1860. En Munera, a partir de enero de 1861 ya figuran los nombres oficiales de las calles y los números de las casas en los documentos que lo requieren. La mayoría de las calles continuaron denominándose de igual manera que hasta entonces; es el caso de las calles Santa Ana, Olmos, Don Ventura (actual Tilanes), Calvario, Eras, Cruces o Cadenas, entre otras. Caso contrario es, por ejemplo, el de la calle que era conocida como de la Posada (anteriormente fue la calle del Mesón), que recibió el nombre de calle de la Virgen. Otros nombres, como de la Temeridad o del Altozano, pasaron a designar calles concretas en vez de referirse de manera global a pequeños barrios o zonas de viviendas. Muy recientemente, la calle del General Mola ha pasado a llamarse de la Juventud, con lo que, lamentablemente desde mi punto de vista, se ha perdido la ocasión de recuperar su denominación más antigua, de la Temeridad, nombre que fue utilizado durante siglos para designar el núcleo originario del casco urbano de la villa, es decir, uno de los nombres más históricos del callejero.

Fragmento de un plano de Munera elaborado en 1885.

A medida que iba creciendo la población surgía la necesidad de ir añadiendo más nombres de calles. Además, ha de tenerse en cuenta que algunas de ellas han cambiado su denominación a lo largo de su existencia; unas veces  por la necesidad de adaptación a circunstancias derivadas del paso del tiempo, otras por conveniencias sociales o políticas del momento. Todo ello hace que el callejero sea un órgano vivo en el que los ciudadanos van dejando su huella a lo largo del tiempo.

            Al consultar el callejero actual de Munera puede observarse que en el casco urbano existen más de ciento treinta vías y plazas públicas. Las denominaciones de estas calles, avenidas y plazas son de muy diversa índole y nos aportan datos o pistas importantes para indagar sobre la historia de la villa y sobre diversas facetas culturales y sociales de esta.

Actualmente los nombres de calles más frecuentes en España son: Iglesia (casi cinco mil localidades) y Mayor (cerca de cuatro mil). Munera viene contando desde hace siglos con calles así nominadas, aunque, curiosamente, las calles que nuestros antepasados conocían con esos nombres no se corresponden con las que actualmente figuran en el callejero. En efecto, la calle de la Iglesia fue inicialmente la que llevaba desde el barrio de la Temeridad hasta la puerta del Sol de la iglesia. Esta vía cambió su denominación no hace muchas décadas para pasar a llamarse calle de la Diputación; el nombre de calle Iglesia quedo reservado para la que une la calle del Pozo con el lado sudeste de la plaza principal, junto a la iglesia. Asimismo, la antigua calle Mayor conducía desde la Temeridad hasta la plaza y, atravesando esta, fue creciendo hacia el llamado Camino Raso, es decir hacia levante. Actualmente, el tramo de esa vía que queda al oeste de la plaza ya no se denomina calle Mayor, sino de Bonifacio Sotos.

Algunas calles o plazas llevan el nombre de destacados hijos de Munera. Este es el caso, por ejemplo, del militar Adolfo Bas; del veterinario, médico y catedrático Ramón Coderque; del poeta Antonio Rosilllo; del escritor y cronista de la villa Enrique García Solana (nació en Murcia pero sus padres eran munerenses y así es considerado también él); del bicampeón nacional de caza Leonardo Requena; y del polifacético artista Emilio Solana Morcillo, parte de cuya obra puede admirarse en el casco urbano y sus alrededores. Otras calles están dedicadas a personas relevantes muy vinculadas con la localidad; entre ellos pueden citarse al teólogo y lingüista Bonifacio Sotos Ochando, que vivió sus últimos años y falleció en Munera; a Alberto Boch, ingeniero, político y ministro del siglo XIX; al beato Bartolomé Rodríguez Soria, cura-párroco asesinado en 1936; y, más recientemente, al torero Vicente Barrera Simó o al matrimonio formado por don Miguel y doña Sara, quienes durante tantos años desempeñaron su oficio de practicantes en nuestro pueblo. También figuran en las placas identificativas de calles de Munera los nombres de algunos destacados personajes históricos, como Luis Braille o la madre Teresa de Calcuta.

Son numerosas las calles cuyos nombres hacen referencia a comunidades autónomas, provincias o localidades cercanas. Así, aparecen nombres como Castilla-La Mancha, Castilla y León, Murcia, Cantabria, Canarias, Cataluña, Extremadura, Aragón, Navarra, Albacete, Cuenca, Alicante, Almería, El Bonilllo, Alcaraz, Villarrobledo, La Roda, Barrax, Lezuza, Minaya, Sotuélamos, Santa Marta, etc. En otros casos, han sido lugares y elementos geográficos o característicos de la localidad los que han servido para nominar las calles: Altozano, Cañadillas, Huerto Pina, Castillo, Calzadizo, Pozo (de la Cañadilla), Molinetas, Norias, Venta, Resquicio, Río, etc.

La cultura y las tradiciones católicas, tan arraigadas en España durante siglos, han dado lugar a nombres de carácter religioso o que forman parte del santoral. Entre ellas, las calles del Calvario, de las Cruces, de la Virgen, del Amor de Dios, de Santa Ana, de San Sebastián, de San Francisco, de San Mateo, etc.

Otros nombres de calles, como Cervantes, Don Quijote, Bodas de Camacho, Bella Quiteria, Dulcinea, Sancho Panza, Rocinante o Clavileño vienen a recordar a los lugareños y a cuantos nos visitan la inequívoca relación de Munera con Cervantes y su inmortal obra.

La extensión del callejero nos impide hacer ahora un recorrido más amplio y pormenorizado; queda, sin embargo, esta tarea para quien desee pasear, sin prisas, por nuestras calles. Pasear por Munera recordando su historia y la de sus gentes es una buena y gratificante manera de conocer nuestro pueblo. Pasear por sus calles nos permite, además, observar y hasta descubrir detalles que posiblemente habían pasado inadvertidos hasta entonces. Quizás nunca hayamos fijado nuestra atención en el pedestal de piedra de una de las cruces que antiguamente configuraban el Calvario, y que sobresale de una fachada de la calle que lleva ese nombre; o en la piedra angular del edificio que durante siglos albergó la ermita de Santa Ana; o en el viejo molino de viento que ahora permanece integrado en una de las viviendas del barrio de las Molinetas. En la calle de los Olmos podemos pasar junto a la casa donde vivió y murió don Bonifacio Sotos. En la calle de Santa Ana, muy cerca de la ermita antes mencionada, cabe recordar una casa que en el siglo XVIII perteneció al rey Fernando VI; estaba arrendada y dedicada a estanco, donde se vendían el tabaco y las municiones de pólvora y plomo en aquella época. También podemos ver la casa que durante varias generaciones albergó el escudo de armas de una de las familias de hidalgos más influyentes de la villa, los Aguado; está situada en una esquina de la calle llamada de Don Juan, uno de los miembros de dicho linaje.

Continuando el paseo…

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