La calle de la Virgen

Graciano Jiménez Moreno

(Publicado en ECOS, número 122, julio-agosto de 2018)

            La calle de la Virgen es la principal vía de comunicación entre el centro de Munera y el oeste. Nace en la esquina noroeste de la plaza principal de la villa, actualmente llamada de la Constitución, entre los edificios que albergan el Ayuntamiento y el casino La Amistad. La dirección inicial de la calle, hacia poniente, va cambiando hasta orientarse al noroeste en su tramo final. Después de unos 450 metros de recorrido, en continuo y pronunciado descenso, la calle termina al confluir con el ramal de carretera N-430a, frente al edificio conocido como la Venta.

            La calle de la Virgen viene denominándose así al menos desde el año 1861. Recibió este nombre por ser el camino que sigue la imagen de la patrona de Munera, Nuestra Señora de la Fuente, cuando es trasladada en procesión cada 8 de septiembre desde su ermita hasta la iglesia parroquial de San Sebastián, así como en el recorrido inverso semanas después, cuando finaliza la feria. Conviene indicar, no obstante, que dichas procesiones incluyen en su recorrido la calle de El Bonillo –frecuentemente nombrada como cuesta de en medio– por lo que el tramo final de calle de la Virgen no forma parte de ese itinerario.

            A lo largo de siglos el pueblo de Munera ha venerado a su Patrona, en cuyo honor se celebra la feria de septiembre y a la que ha pedido sus favores en situaciones difíciles. La imagen actual de la Virgen, realizada en Valencia, fue bendecida en septiembre del año 1939 y sustituye a la que fue destruida durante la Guerra Civil junto a otras imágenes y elementos de la ermita. Algún tiempo después, el día 20 de mayo de 1942 se celebró la ceremonia de Coronación de Nuestra Señora de la Fuente. Cabe indicar también que desde el año 1952 hay un himno dedicado a la Virgen con letra del munerense Antonio Rosillo Játiva y música del compositor Rafael Guillén.

            Antes de recibir la denominación actual, la calle fue conocida durante muchas décadas como calle del Mesón, por encontrarse dicho establecimiento al principio de la calle, exactamente en su lado norte y junto a las Casas Capitulares del Concejo. Según Enrique García Solana, el mesón ya existía en el año 1630 y pasó a ser propiedad de la cofradía de las Benditas Ánimas del Purgatorio en 1695. En aquella época se denominaba mesón a un establecimiento de hospedaje que ofrecía comida, bebida y un sitio para dormir a los viajeros, así como un espacio para sus caballerías. Los mesones eran por lo tanto hospederías similares a las posadas. Precisamente en algunos documentos fechados a lo largo del siglo XIX se hace referencia a esta calle como calle de la Posada. Hay que recordar que este establecimiento, conocido más recientemente como la posada de la Plaza, ha venido funcionando en su ubicación original de la calle de la Virgen hasta hace pocos años.

            Aunque es muy céntrica, la calle de la Virgen fue de poca longitud durante sus primeros siglos. Causa de ello pudo ser el desnivel que presenta el terreno por donde discurre esta vía, tanto en el sentido longitudinal como en el transversal. Así, en el año 1752 se contabilizaban en la calle del Mesón tan solo once casas –debe entenderse que tal dato corresponde a las que tenían la entrada por esta calle–. De ellas, tres estaban en el lado sur de la calle, entre el edificio del actual casino –entonces cárcel pública y casa de Peso o lugar donde se comprobaban oficialmente los pesos y las medidas– y el cercano lugar que ahora ocupa la calle Norte.

            En el otro lado de la calle había en esa misma fecha ocho casas o edificios, que se extendían entre el Ayuntamiento y la actual calle del Altozano. La primera de estas casas era el ya mencionado Mesón. La siguiente era propiedad de un regidor perpetuo de la villa llamado Gerónimo Abarca y Brizuela, quien fue también alcalde ordinario por el estado noble. De los datos encontrados se deduce que esta casa lindaba entonces con un callejón, conocido como callejón de don Gerónimo, al que daban las portadas de la vivienda del regidor, y que pudo ser o tener continuidad con el callejón que existe en la calle de Doña Ana. Este regidor y rico hacendado, nacido hacia 1696 en Castellar de Santiago (Ciudad Real), se casó en Munera con doña Úrsola Fernández de la Iglesia en el año 1724 y falleció el 21 de agosto de 1761 en esta villa, en cuya iglesia parroquial fue enterrado. También fue el protagonista de una truculenta historia, narrada por Enrique García Solana en el libro Munera por dentro, que ocurrió el 30 de diciembre de 1755 y en la que se vieron involucrados el herrador José Donas y su esposa.

            Como muestra del control que las autoridades ejercían sobre los vecinos en aquella época puede citarse una norma, recogida en los autos de buen Gobierno que dictaba el Concejo, que hacía referencia al mesón. Se decía entonces: «Que no se vaya a conversar a el mesón con los transeúntes y mesonero de día ni de noche, pena de ocho reales y dos días de cárcel y la pena doblada al mesonero que lo consienta».

            En el año 1885 las construcciones del lado sur, es decir, el más próximo al viejo barrio de la Temeridad, llegaban hasta la altura de la actual calle de las Eras, que entones quedaba como orilla del pueblo. En el otro lado, desde 1752 hasta 1885 tan solo se había añadido una hilera de construcciones entre las calles hoy llamadas del Altozano y de Maldonado.

            Resulta sorprendente el ángulo o rincón que se forma en la calle de la Virgen justo antes de llegar a la calle del Altozano. En efecto, la orientación actual de algunas de sus fachadas sugieren la posibilidad, ya apuntada por Enrique García Solana, de que siglos atrás hubiese una calle que, atravesando algunos corrales actuales, el callejón antes mencionado y antiguos patios, alcanzase la calle del Calvario a través de la vivienda señalada con el número 1. No menos sorprendente es la vista aérea de la zona situada al otro lado de la calle y casi enfrente del mencionado rincón. Además de la existencia de otro entrante o rincón, puede observarse que en el interior, es decir, entre la calles de la Virgen y de Tomasillo, existen algunos edificios con tejados cuya orientación parece indicar que en algún tiempo pudo haber ahí alguna comunicación entre esas dos calles.

            La calle de la Virgen viene estando muy relacionada con la fiesta de los toros desde hace muchas décadas. Antes de 1913, año en el que se inauguró la plaza de toros, los festejos taurinos se celebraban en la plaza Mayor. Entonces, el ganado bravo destinado a ser lidiado venía a pie y subía por esta calle hasta unos corrales próximos a la plaza. Desde ahí, cada día de festejo se trasladaban las reses necesarias hasta un pequeño corral que hacía las funciones de toril, situado en el rincón que forma el Ayuntamiento con la antigua posada. En 1913 el Consistorio hizo construir un tramo de calzada que continuaba la calle hasta la carretera, mejorando de esta manera el camino ya existente, bastante malo e intransitable en tiempo de lluvias. Esta mejora dio un impulso notable al tránsito por la calle de la Virgen.

            Uno de los recuerdos que guardo de la calle de la Virgen en la época de mi niñez, allá por los años sesenta, es la figura del poeta munerense don Antonio Rosillo Játiva «Aroja» junto a la familia Moya Rabadán. Después de quedar viudo, Antonio Rosillo pasó los últimos años de su vida en compañía de estos familiares. Precisamente, ha sido uno de los miembros de esta familia, David Moya Rabadán, mi acompañante en el paseo por la historia más reciente de la calle de la Virgen.

            Antes de iniciar nuestro paseo David me cuenta algunas curiosidades, en particular la relación de su familia con el suministro de energía eléctrica a Munera. Prácticamente desde que don Pascual Cadenas llevó la electricidad a la población en el año 1903, un tío de David –también llamado David Moya–, y luego su padre, Juan Jesús, fueron los encargados de parte de la gestión administrativa de la empresa, en la que el propio David entró en el año 1951 como electricista. Además, Ramón, casado con su hermana Elena, también trabajó como electricista en la empresa de los Cadenas.

            Mi acompañante me dice que a comienzos de los años cincuenta, cuando se construyó una nueva línea eléctrica desde La Roda hasta Munera con el objeto de paliar los graves problemas de suministro de electricidad a nuestro pueblo, no se encontró ningún plano de las calles de la localidad. Fue David, que contaba entonces con 15 o 16 años, quien elaboró un detallado plano que llegó a manos del ingeniero encargado de diseñar la distribución del fluido eléctrico en el casco urbano y que fue utilizado para llevar a cabo este proyecto de los herederos de don Pascual Cadenas. Como reconocimiento, el ingeniero, cuyo nombre aún recuerda, regaló al joven David una magnífica bicicleta de la marca G.A.C. valorada entonces en más de mil pesetas. También recuerda David que el tío Antonio Rosillo –estaba casado con una prima del padre de David– rebautizó la marca de la bicicleta, utilizando las mismas siglas, como «Gracias A Cadenas». Este nuevo servicio de suministro eléctrico fue inaugurado el 20 de septiembre de 1951.

            Iniciamos nuestro paseo en la plaza, junto al casino. La puerta de esta sociedad recreativa que da a la calle de la Virgen nos recuerda la que hubo prácticamente en el mismo lugar y que permitía acceder, tras subir unas empinadas escaleras, al juzgado de paz y a las cuatro escuelas que hace décadas había en la planta superior de ese edificio. Aunque convendrá extenderse más sobre los usos de este edificio en un capítulo dedicado a la plaza, es casi obligado mencionar aquí a los maestros que durante muchos años dedicaron su esfuerzo a la educación de tantos munereños en esas escuelas: doña Matilde, doña Rosario, don Fermín y don José.

            Seguidamente pasamos frente a la casa de la familia Orcajada. Emilio fue zapatero siguiendo la tradición familiar y, además, durante años amenizó con su batería los bailes y bodas que se celebraban en el salón Flores (o de Arturo). Antes de llegar a la esquina con la calle Norte recordamos otros establecimientos que estuvieron en esa acera: la churrería o cafetería Flor y Nata, la carnicería de Amós Víllora Blázquez –esta familia pasó a regentar la posada de la Feria en Albacete– y una tienda de Remedios Bernad Higón.

            En el otro lado de la calle hemos dejado atrás, junto al rincón que forma con el lateral del Ayuntamiento, el lugar donde estuvo durante siglos el mesón o posada. Hoy podemos ver una pequeña tienda de golosinas y una churrería que antes fue bar. A continuación, la ya mencionada «casa del regidor», actualmente propiedad de Luis Carlos, en la que hacia la mitad del siglo pasado tuvo una ferretería Domingo Galletero Ruiz. Más abajo, casi al lado, vivieron los practicantes don Miguel Gallego y doña Sara, su mujer, quienes durante muchos años se ocuparon de «pinchar» a los munereños, pequeños y mayores, y a los que se ha dedicado una calle de la localidad.

            A continuación nos encontramos la tienda de congelados Santi, que anteriormente fue el bar Santi. David me dice también que en ese sitio regentó una fonda Ramón «Chispa», quien por los años cincuenta tenía un coche de punto o taxi, con la carrocería de madera, al que llamaban Rubia. Según me contó en una ocasión Felipe de Lamo, esta casa, junto con una parte contigua, de estrecha fachada, que formaba parte de la misma vivienda, fue antes de su bisabuela Paula Zalve, conocida como Paula la Correa por haber sido en aquella época la encargada del correo en el pueblo. En la parte más pequeña que quedó de esa casa tuvo una peluquería un hijo de Paula, y luego montó una tienda Francisca Varea Galletero, nieta de Paula y madre de Felipe. Seguidamente nos encontramos con un establecimiento hostelero, el merendero bar La Fuente. En este lugar llegó a abrir un bar Manuel de Lamo Sánchez, quien también fue jefe de la policía municipal hace unas décadas. En la misma acera, antes de llegar a la calle Altozano, estuvo la tienda de Juan Bernad Higón en la que ya por los años cuarenta vendía artículos de paquetería, tejidos, máquinas de coser, bicicletas...

            David me sigue dando numerosos detalles del vecindario, pero es imposible, como ocurre en los capítulos dedicados a otras calles, reproducir tantos y tantos datos de las personas que forman parte de la historia de cada calle.

            Continuamos bajando por la calle de la Virgen. Después de dejar a nuestra izquierda la calle Norte, llegamos al rincón ya mencionado; allí hubo un despacho de pan –al cargo de Genaro Moreno antes de la guerra– y tuvo su domicilio Antonio Moreno, quien además de su actividad como cobrador de letras, ejercía de barbero en su casa e impartía clases a algunos jóvenes. Se decía de Antonio que conocía la matrícula de todos los vehículos que entonces había en Munera. Casi al lado, tuvo una pequeña tienda Abelardo Moreno. Pasamos frente al popular bar Richard, también en el lado de los números impares, regentado por Ricardo, quien siempre tiene un último chiste o chascarrillo para contar a sus clientes mientras Antonia, su mujer, prepara alguna de las especialidades de su cocina.

            En el otro lado de la calle, después de dejar atrás la calle del Altozano, recordamos la sastrería que tuvo José Antonio Requena, conocido como el Sastrecillo. Más adelante, en la esquina con la calle de Maldonado vivió José Antonio García Sánchez «Pleitos», quien, con su carro con bolsa tirado por una reata de mulas, ejercía como ordinario transportando mercancías entre Munera y Villarrobledo. Varios familiares y descendientes de José Antonio forman parte de la historia de esta calle por haber tenido o seguir teniendo el domicilio o su actividad profesional en la calle de la Virgen.

            Pasamos el cruce con la calle de Maldonado y un poco antes de la esquina con la calle de la Juventud –hasta hace poco del General Mola–, nos detenemos a la altura del número 21; nos encontramos frente a la casa familiar de los padres de David, Juan Jesús y Leocadia, y desde hace tiempo domicilio de su hermana Herminia. En esta casa, como ha quedado dicho, pasó sus últimos años y falleció el poeta Antonio Rosillo. Juan Jesús, conocido como Maera, fue pionero de la fotografía en Munera. Me indica David que su padre había aprendido las técnicas de relojería y de fotografía en Alicante allá por los años veinte, antes de casarse, y luego continuó su labor como fotógrafo en Munera junto con Manuel Atencia.

            Maera también forma parte de la historia cinematográfica de nuestro pueblo. Cuando Francisco Pitarch compró una máquina de cine, fue Juan Jesús el encargado de proyectar durante varios años las películas en la sala que alquilaron a Arturo Flores. Esta máquina de proyección pasó luego a la familia Flores, cuyos descendientes la donaron al museo local La Molineta, donde actualmente puede contemplarse. Maera también fue operador del cine Manisa cuando esta nueva sala abrió sus puertas, función que David llegó a desempeñar asimismo durante algún tiempo con su correspondiente carnet de operador, que había obtenido en el cine Capitol de Albacete.

            En la casa contigua a la de Juan Jesús «Maera» tuvo su domicilio Luis Tarancón Blázquez, quien regentó durante muchos años el servicio de cafetería del casino La Amistad. Luis llegó a montar en los años cincuenta, en su casa de la calle de la Virgen, la primera fábrica de hielo que hubo en Munera. En el otro lado de la calle, enfrente, estuvieron la vaquería de Zacarías Moreno y la carpintería de Felipe García, hijo del anteriormente mencionado José Antonio.

            Un poco más adelante, por nuestra izquierda nos encontramos con la confluencia conjunta de las calle de las Eras y de El Bonillo con la calle de la Virgen. En la primera de las esquinas estuvo la herrería de Ramón Córcoles, y en la esquina siguiente la «obra de Auspicio». En Munera se ha llamado «obra» a una edificación que, una vez comenzada, ha permanecido mucho tiempo a medio construir y algunas veces ha quedado sin terminar. Especialmente populares han sido la mencionada obra de Auspicio (Auspiciano Bravo) y la obra de Arturo en el llamado Camino Raso. Sobre la obra de Auspicio, se decía en un Ecos del año 1950 que «ya tiene techumbre por fin».

            Abordamos el tramo final de nuestro paseo dejando a nuestra izquierda las calles de Auspiciano Bravo y de Madrid, así como la tienda de informática Ivem, y a nuestra derecha la calle Norias. Llegamos entonces a las dos últimas edificaciones de la calle de la Virgen. En el lado de los números impares está la casa de dos maestros, don Antonio y doña Mari Luz, afincados desde hace muchos años en Munera, en cuyas escuelas han desempeñado su actividad profesional; en el lado de los pares, el edificio que albergó el taller de carpintería de Ernesto Castillo. Una característica de este taller es que su maquinaria era movida por un motor de gasolina, lo que permitía a Ernesto librarse de los ocasionales fallos de suministro eléctrico en el pueblo, aunque a costa de un considerable ruido en el vecindario.

            Las dos últimas construcciones mencionadas forman esquina, respectivamente con las calles del Castillo y Jardines. Cabe señalar que el acceso a esas calles desde la calle de la Virgen ha de realizarse bajando unos escalones por encontrarse a un nivel inferior. Solo queda indicar que al recorrer los pocos metros que faltan hasta la carretera N-430a dejamos a nuestra izquierda una pista infantil de tráfico y una pista deportiva, mientras que a la derecha podemos contemplar el parque municipal de Munera. Enfrente, al otro lado de la carretera, vemos el edificio de la antigua venta.

            Hemos llegado ya al final de nuestro paseo por la calle de la Virgen. Nos queda deshacer lo andado, pero ahora cuesta arriba.

Vista del tramo final de la calle de la Virgen antes de construirse el parque y la pista deportiva.


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