La calle del Pozo

Graciano Jiménez Moreno

(Publicado en ECOS, número 125, abril-mayo de 2019) 

            La calle del Pozo se ha caracterizado a lo largo de su historia por presentar una importante actividad comercial, artesanal e industrial. Es una vía de unos 850 metros de longitud que atraviesa prácticamente el caso urbano de Munera de sur a norte, aunque en sus últimos tramos va virando hacia el oeste. Comienza la numeración de las casas en el cruce con la calle de Cervantes, donde la fuerte pendiente que queda al mediodía conduce inmediatamente hacia las afueras del pueblo. Tras numerosas intersecciones a uno y otro lado, la calle finaliza cuando llega al ramal de carretera N430a, entre las instalaciones del Colegio de Educación Infantil y Primaria Cervantes y la gasolinera.

            Esta calle era conocida desde siglos atrás como calle del Pozo de la Cañadilla por ser el itinerario que conducía hacía el emplazamiento de dicho pozo, que está situado en la parte norte del actual casco urbano. En algunos documentos de la mitad del siglo XVIII también se hace referencia a esta calle como la del Pozo de la Nieve [1]. En efecto, algunas casas que en el catastro del Marqués de la Ensenada (1752) figuran en la calle del Pozo de la Cañadilla, constan en las diligencias practicadas en 1761 o en escrituras de venta como situadas en la calle del Pozo de la Nieve. Tras la guerra civil pasó a llamarse calle de José Antonio (fundador de Falange Española que fue fusilado en Alicante en noviembre de 1936), hasta que a comienzos de los años noventa del siglo pasado recuperó su denominación anterior.

            Es preciso indicar que, un poco más al norte de su intersección con la calle de Santa Ana, existen a ambos lados de la calle del Pozo sendos patios casi enfrentados. En otros tiempos estos patios estuvieron comunicados con sendas calles que discurren paralelas a uno y otro lado de la del Pozo, es decir, la calle del Calvario por poniente y la de Cadenas por levante. Varias escrituras consultadas, correspondientes a ventas de casas efectuadas hace más de doscientos cincuenta años, hacen referencia a una calle que bajaba desde la del Pozo de la Cañadilla para el Altozano sin figurar para ella nombre alguno. Esta descripción parece corresponder a la mencionada calle desaparecida, teniendo en cuenta, además, que entonces aún no estaba conformada la actual calle Concepción.

            En la calle del Pozo de la Cañadilla se contabilizaban en el año 1752 un total de 76 casas o viviendas, de las que 5 pertenecían a personas o entidades de carácter eclesiástico (cofradía de las Ánimas, capellanía, dos curas o presbíteros y un clérigo de menores) que generalmente las tenían alquiladas. Esta calle era la que tenía un mayor número de vecinos, muy por delante de la calle Mayor que la seguía con 38 viviendas o casas. Por el sur la calle apenas sobrepasaba la actual calle de los Olmos, mientras que la última edificación por el norte se encontraba en el lado de saliente, justo al pasar la calle actualmente denominada Tilanes (entonces conocida como del Comisario).

            En el año 1885 la longitud de la calle del Pozo era aproximadamente unos 400 metros. Su extremo sur era prácticamente el actual, aunque aún no existía ninguno de los edificios que ahora configuran la calle de Cervantes. Hacia el norte la calle del Pozo no había crecido prácticamente desde mediados del siglo anterior y por el lado oeste (números impares) terminaba al llegar a la altura de la calle de la Concepción.

            Ha llegado el momento de rememorar la historia de la calle en las últimas décadas. El dinamismo en los ámbitos comercial e industrial de la extensa calle del Pozo en el último siglo nos ha llevado, de manera especial en esta ocasión, a rebuscar datos entre los recuerdos de varias personas. En esta ocasión mi acompañante en el paseo es mi tía Graciana, que desde hace casi sesenta años tiene su casa en el actual número 23 (antes fue el 19) de esta calle, en el edificio que hace esquina con la calle de la Iglesia. Muy cerca ya de los noventa y cuatro años, Graciana Moreno Ramírez, viuda de Enrique García Atencia, conserva en su privilegiada memoria una buena parte de la historia de Munera y sus gentes desde los años treinta del pasado siglo.

            Cuando Graciana me recibe en su casa y nos sentamos junto a la imprescindible mesa camilla, sus recuerdos brotan de manera ininterrumpida. Comienza hablándome del comercio que el matrimonio fundó en ese mismo edificio hace casi seis décadas. Este establecimiento denominado “Los Ángeles” (nombre de la hija mayor del matrimonio), pero más conocido en el pueblo y su contorno como la tienda de Enrique y Graciana, era en realidad unos «grandes almacenes» donde se vendían artículos o productos de frutería y comestibles, ultramarinos, droguería, perfumería, ferretería, armería, bicicletas, radios, tejidos, calzados, mercería, joyería, relojería, muebles, confección, electrodomésticos, etc. Aún habría que añadir que Enrique desempeñó una corresponsalía de banco y que vendía y emitía, en ocasiones fiados, los billetes de viaje para muchos munereños que en aquella época emigraban a países como Suiza, Francia o Alemania en busca de trabajo. Además, durante algún tiempo simultanearon el local mencionado con una casa situada en la misma calle, justo enfrente, en la que instalaron varias máquinas de tejer para confeccionar prendas de punto y que también dedicaron a la producción avícola. No fue esta, sin embargo, la primera tienda del matrimonio. En el año 1948, año de su boda, habían iniciado su actividad en una de las modestas garitas que durante años permanecieron agregadas en la fachada de la iglesia que da a la plaza. De la garita se trasladarían sucesivamente a dos emplazamientos en la calle de Enrique Bas (actual calle de Don Juan) y posteriormente, ya de manera definitiva, a la calle del Pozo (entonces José Antonio). Tras la jubilación la tienda pasó a ser regentada durante un tiempo por su hija Rosa Mari y su marido Baltasar. Cabe asimismo recordar que el padre de Enrique, de igual nombre, y su hermano Paco también se dedicaron al comercio en Munera.

            Graciana me habla también de la casa en la que estamos. Entre otras cosas me dice que antes de la guerra vivió en ella Aurorita, hija de Pablo Fernández Céspedes y su segunda esposa. Pablo, natural de Lezuza, fue un médico que, después de quedar ciego como consecuencia de un accidente de escopeta (era conocido como «el médico ciego») contrajo primeras nupcias con Carmen Aguado Montoya, hija de don Antonio Aguado Ramírez, quien vivía en la casa situada en la intersección de las calles del Pozo y de Don Juan.

            Cuando le sugiero a mi tía que iniciemos el recorrido virtual por la calle, sin salir de casa, recordamos dos pequeñas tiendas que hubo en su tramo inicial: la de Nazario y Gregoria, en el lado de poniente o de los números impares llegando a la calle de las Eras; y la de Eladio, en el otro lado después de cruzar esa calle, prácticamente donde ahora se encuentra la peluquería de Virginia y Francisco. Al cruzar la calle de los Olmos, en la esquina de la izquierda podemos ver la gestoría que en su día abrieron José Luis y Rafa, y en la esquina de la derecha una tienda considerada como la más antigua de las que continúan abiertas en Munera. Juan Manuel Giner González fundó este comercio en el año 1901, luego pasó a su hijo José (desde entonces se conoce como tienda de Josito) y actualmente lo regenta Antonio, hijo del anterior.

            Más adelante, en la acera de los pares, estuvieron la herrería de Daniel Morcillo y su hijo Francisco, la sastrería de Juan Manuel Blázquez, y al lado, en la esquina con la calle de Fray Francisco, la fonda Nicer (acrónimo de Nicolás y Ernestina) que regentaban los padres del novillero munereño Pedro Ruiz «Pedrés II». A la planta baja de este edificio trasladó Alfonso de Lamo hace ya décadas la tienda de tejidos y confección, actualmente cerrada, que anteriormente estaba situada casi enfrente.

            En el lado de los números impares de la calle del Pozo, entre las calles de los Olmos y de la Iglesia, hemos dejado el lugar donde hasta hace algunos años estuvo el horno panadería de Filomena Blázquez y de sus hijos Plácido y José Moreno. El conocido como horno de la Filo (aún se recuerdan sus estupendos mantecados) estaba situado en un patio de vecinos ya desaparecido que tenía la salida a esta calle. Seguidamente, haciendo esquina con la calle de la Iglesia, se encuentra el edificio que actualmente alberga la hospedería Bodas de Camacho. Este confortable centro hostelero tiene la entrada principal por la última vía mencionada, mientras que en la calle del Pozo se encuentra la entrada a su panadería y pastelería y al centro de formación. En este edificio, ahora completamente reformado, que antes tuvo también unas portadas en la calle del Pozo, hubo a mediados del siglo XIX una casa posada según acreditan diversos documentos consultados. Emiliano Paños Blázquez, anterior propietario de la casa que hoy es hospedería, había montado hace décadas la tienda de tejidos antes mencionada, que luego pasó a regentar Alfonso de Lamo.

            Llegados a esta intersección hacemos una pequeña parada para recordar que cuando la actividad ferial se centraba en las proximidades de la plaza, la calle del Pozo era lugar de establecimiento de los típicos puestos de venta de cacharros. Así lo reflejaba Ecos en su número de septiembre de 1946: «Y al fin, terminados los festejos puramente de alegría e ilusión, las mujeres recorrerán las calles del Pozo y de la Iglesia haciendo enormes cantidades de compras con que enriquecer su tesoro de pucheros, tazas, candiles y sartenes».

            Avanzamos hacia la calle Mayor y Graciana me indica que enfrente de su domicilio existió en el primer tercio del siglo pasado una barbería en la que ejercieron esa profesión, incluyendo la extracción de muelas, varios miembros de la familia Caballero: primero el padre, luego su hijo Virgilio y un primo de este, llamado Antonio Caballero, que después sería escribiente en el juzgado. Inmediatamente llegamos a la intersección de las calles Mayor y del Pozo, sitio conocido como las «cuatro esquinas» que desde antiguo fue lugar emblemático de encuentro y de charla para nuestros antepasados. A unos 70 metros hacia poniente queda la plaza de la Constitución, antiguamente denominada plaza Mayor.

            En el chaflán que hay llegando por la acera de los pares a la calle Mayor hubo antes de la guerra, en un pequeño cuarto, una carnicería al cargo de la Chata, tía del padre de Graciana. En ese mismo lugar continuarían con la misma actividad tres generaciones de carniceros, los tres llamados Manuel Hernández. Más recientemente ha estado abierta durante algún tiempo una frutería y actualmente una agencia financiera. En el chaflán del otro lado, antes que las actuales oficinas de Gestagua estuvo ubicada durante décadas la sucursal del Banco Español de Crédito (Banesto). Anteriormente, en lugar de la puerta de acceso a estas oficinas había un escaparate en el que se exponían carteles y publicidad de las películas que entonces se proyectaban en el cine Manisa.

            Al pasar la calle Mayor, en el corto tramo que hay por el lado izquierdo antes de llegar a la calle de Don Juan, hay que recordar la droguería y perfumería que abrió Augusto Blázquez Martínez hacia los años cuarenta y la barbería de Inocente Hernández, en un viejo local derruido muy recientemente. Este popular peluquero, gran aficionado taurino, era conocido por el sobrenombre de el «Mataor» por haber intervenido en varias becerradas celebradas en la plaza de toros. Inocente llegó a participar como sobresaliente en un festival que se celebró en la feria del año 1939 en el que figuraba como espada Vicente Barrera, el famoso matador de toros valenciano tan relacionado con Munera. En la peluquería La Higiénica (así se anunciaba el establecimiento en los programas de feria de entonces) eran frecuentes las conversaciones sobre temas taurinos, y en algunas ocasiones Inocente aprovechaba para ejecutar algunos lances de capa dejando clara constancia de su fino toreo de salón.

            Al otro lado de la calle de Don Juan (antes de Enrique Bas), haciendo esquina con la del Pozo, se encuentra la casa que perteneció a varias generaciones de una familia de hidalgos: los Aguado. A esta casa, en la que se encontraba el escudo de armas de este linaje, se accede actualmente por la calle del Pozo, pero antiguamente tenía la entrada principal en la calle a la que dio nombre don Juan Aguado, uno de sus antiguos moradores. Por tal circunstancia, convendrá dejar para otro capítulo algunos datos sobre el papel que esta familia de nobles desempeñó en la vida munereña de aquella época.

            Mi acompañante en este paseo simulado me indica que más adelante, continuando por el lado de los números impares, después de pasar el patio (antiguamente calle que iba hacia el Altozano), tuvo una mercería Mercedes Morcillo, viuda de Juan Bernad Higón. Más recientemente, pueden citarse unas oficinas de Caja Murcia y la actual asesoría de Leopoldo Blázquez. Al lado se encuentra el remozado comercio regentado actualmente por Luis Couque Martínez y su esposa María Pilar Nieto. El propio Luis me explicó que lo fundó su padre, Juan Antonio Couque Atencia, en el año 1916 con el nombre de La Confianza. A lo largo de tantas décadas su actividad comercial fue pasando por ferretería, droguería y pinturas hasta artículos de ultramarinos, paquetería, confección o perfumería, sin olvidar los artículos para carnaval en los que el establecimiento es un verdadero referente. Hace unos años Luis y María Pilar llevaron a cabo una completa renovación del edificio y ampliaron la tienda con el espacio en el que hace décadas estuvo la guarnicionería de Crisanto. También Sebastián Couque, hermano de Luis, tuvo una tienda de tejidos con diversas ubicaciones cercanas a la anterior, a uno y otro lado de la calle del Pozo y en la contigua calle Tilanes. Aunque sus tiendas no estuvieron en la calle que ahora nos ocupa, pueden recordarse también las de otros dos hermanos de Luis, Maximino y Juan Antonio Couque, así como el comercio que un hijo de este último regenta en la actualidad. Ya en la esquina con la calle Concepción, aún permanece la vieja casa donde Ezequiel Márquez tuvo hace varias décadas una tienda de comestibles en un pequeño cuarto.

            Desde este punto tenemos que volver hacia atrás, hasta la calle de Santa Ana, que comienza enfrente de la casa de los Aguado, para recorrer el otro lado de la calle. Pasamos entonces junto al lugar en el que Francisco Roldán tuvo una churrería hace décadas, zona donde más tarde se levantó el edificio actual en el que estuvieron la peluquería de Sixto Nieto (antes la tuvo en la calle Mayor), y durante algún tiempo la ya mencionada asesoría de Leopoldo y M.a Ángeles. Graciana me recuerda asimismo el estanco de Dolores Aguilar, que luego pasaría a su sobrino Domingo Aguilar y del que actualmente se encarga Rubén, hijo del anterior. Junto al estanco, que también es administración de loterías, se encuentra un patio, ya mencionado anteriormente, que es parte de la calle que antiguamente unía las del Pozo y de Cadenas.

            Dejamos la calle de Tilanes a nuestra derecha y la de la Concepción a nuestra izquierda y continuamos el recorrido recordando el emplazamiento de algunos talleres o establecimientos que ya cesaron su actividad. Es el caso de la herrería o fragua de Esteban Morcillo, en la que trabajaron varias generaciones de esta familia de herreros (incluyendo a los Moratalla), y de la fonda (antes posada) regentada por Luisa Morcillo. Estos dos establecimientos cambiarían su ubicación de uno al otro lado de la calle. En el lado de los números impares tampoco podemos olvidar la carpintería y taller de carruajes de Octavio Martínez ni la carpintería ebanistería de Bernardo Ruiz, esta última formando esquina con la calle del Sol. Más adelante, Emilio Couque Arjona ofrecía su servicio de taxi y de camiones de transporte. En el otro lado, se encontraba la carnicería de Aurelio Fuentes y el molino de piensos de los hermanos Hernández Couque, antes conocido como el de los Maestrillos y actualmente como molino de Adolfo, cuya maquinaria aún sigue poniendo en marcha un hijo de este último.

            Ya hemos dejado atrás la calle del Amor de Dios por la derecha y las del Sol y del Buen Vecino por la izquierda. Después nos encontramos sucesivamente con la calles de Minaya (derecha) y del Reloj (izquierda), hasta alcanzar la intersección con la calle de los Molinos. Siguiendo esta última calle hacia la derecha (dirección noreste) se accede directamente a la ubicación del antiguo Pozo de la Cañadilla.

            Seguimos avanzando por la izquierda de la calle del Pozo, ya con rumbo oesnoroeste. Entre las calles del Calvario y del Altozano los hermanos Martínez Castillo tuvieron un almacén de materiales de construcción y una fábrica de bloques. Más adelante, por el mismo lado, pasamos junto a la churrería cafetería de las hermanas García, e inmediatamente, en la esquina con la calle Jardines, vemos sobre la fachada los desgastados letreros de lo que hace años fue el bar Cervantes, establecimiento que abrió Manuel Atencia, quien también tuvo un taller de reparación de motocicletas. Por este lado solo nos queda pasar junto al colegio Cervantes antes de llegar a la carretera.

            Por el otro lado de la calle, con escaso desarrollo urbanístico, cabe mencionar un taller mecánico y una tienda de ferretería y repuestos que abrieron, respectivamente, Juanjo y Juan Manuel Paños Tello en el último tercio del siglo pasado. Hemos llegado por fin a la gasolinera que en sus inicios, hace varias décadas, regentó Feliciano Milla Jiménez y que marca el final de este largo recorrido por la calle del Pozo (de la Cañadilla)

            Aún podría seguir Graciana contando detalles y curiosidades de esta calle (y de cualquier otra), pero el tiempo se nos ha pasado volando; se nos ha hecho muy tarde y es hora de despedirnos por hoy.



[1] A lo largo de siglos, hasta la aparición de las máquinas para fabricación de hielo, se utilizaban unas construcciones llamadas pozos de nieve o pozos de la nieve en las que se almacenaba y compactaba este elemento para convertirlo en hielo, normalmente formando varias capas separadas con paja, hojas u otros materiales que servían como aislante. De esta manera el hielo podía conservarse durante meses. En el año 1752 solo existía un pozo de nieve en Munera, aunque sin utilidad por estar «arruinado», que pertenecía al entonces alcalde por el estado noble don Gerónimo Abarca y Brizuela.


Una de las placas de la calle del Pozo está colocada sobre otra antigua con el nombre anterior de calle de José Antonio. / Foto: Graciano

La tienda de Josito, fundada por Juan Manuel Giner en el año 1901. / Foto: Graciano


Comentarios

Entradas populares de este blog

El callejero de Munera